Con motivo del quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, el reconocido autor de novelas históricas Jesús Sánchez Adalid recibió la petición del padre Emilio Martínez, vicario general de la orden Carmelita Descalza, de escribir una nueva obra sobre la figura de la santa de Ávila. Pese a la enorme responsabilidad que ello conllevaba, el padre -porque, para quien no lo sepa, Adalid es párroco en una pequeña ciudad extremeña- decidió aceptar la propuesta y se puso a documentarse sobre tan insigne protagonista.
Dado que en la obra aparecen personajes reales de la España de la segunda parte del siglo XVI, algunos de ellos tan conocidos como la propia Teresa, la tarea de documentación fue ardua e intensa. Hasta tal punto que el propio autor ha manifestado que es el mayor esfuerzo de investigación y documentación que he hecho desde que empecé a escribir novelas. De manera que, si ya de por sí, los trabajos de este magnífico escritor cuentan con una vasta documentación, uno no puede llegar a saber cuántas horas habrá invertido en este nuevo y duro trabajo.
Sin duda, Teresa de Jesús fue una mujer adelantada a su tiempo. No solo por sus tareas cotidianas de fundación y predicación, sino en el sentido de la valentía, la fortaleza y la intrepidez. Como resalta Adalid en esta novela, no dudó nunca de su fe, ni de sus métodos ni de su misión en este mundo. Pero, además, ello tuvo lugar en un momento -el siglo XVI- en que las mujeres no debían destacar en ninguna faceta que no fuera mantener una casa y una familia. En cambio, Teresa no solo no siguió la norma, sino que se aventuró a desafiar a la mismísima Santa Inquisición, que siempre anduvo tras ella. Alumbradismo, dejadez y excesivo atrevimiento fueron sus causas.
Y es que la vida y los escritos de Teresa constituyen una defensa permanente del derecho de la mujer a pensar por sí misma y a tomar sus propias decisiones. Su Libro de la Vida fue incluido en la lista de libros prohibidos por el Santo Oficio, lo cual no amedrentó a una mujer para la que la muerte en la hoguera no sería más que el camino más directo para reunirse al fin con Su Amado, como ella misma definía a Dios, de quien se declaraba siempre fiel esposa. Sus éxtasis y su atrevimiento para contarlos por escrito le granjeó no pocos enemigos. Enemigos poderosos que bien podrían haber puesto fin a su vida. Pero la providencia, quizás, se encargó de que ello no ocurriera.
Personajes tan ilustres como fray Luis de León o el obispo de Toledo, Bartolomé de Carranza, fueron presos por la Inquisición. Y otros, como Juan de Ávila, Ignacio de Loyola o Francisco de Borja, fueron también objeto de las sospechas y subsiguientes pesquisas por parte de una Inquisición que veía nacer focos de alumbrados por doquier. ¡Qué no iban a hacer, pues, con una mujer! El inquisidor general, el cardenal Espinosa; don Rodrigo de Castro, jefe inquisitorial de Madrid; y Sancho Bustos de Villegas, gobernador de Toledo, tenían ya preparados los documentos para apresar a la futura santa. Pero la muerte del cardenal Espinosa y su sustitución por Gaspar de Quiroga, el único de los citados que realmente conocía en persona a Teresa e intercedió por ella, lo impidieron.
La novela trata básicamente de uno de los temas menos conocidos de la vida de la monja: la persecución a la que la sometió la Santa Inquisición. Desde Ávila hasta Sevilla, pasando por el resto de lugares en donde esta consiguió, no sin antes vencer multitud de negativas y obstáculos, fundar pequeños conventos que debían vivir únicamente de la limosna. Pastrana y Toledo fundamentalmente. Lugares, todos ellos, donde dejó huella en sus habitantes: para bien en la mayoría de los casos; para mal, en otros pocos. Y es que la envidia ya era, por aquella época, uno de los deportes nacionales españoles.
Uno de los capítulos que más llama la atención de Y de repente, Teresa es el que hace referencia a las relaciones entre la protagonista y la princesa de Éboli. La futura santa consiguió fundar un convento en Pastrana de la mano de la princesa. Pero la segunda quiso inmiscuirse demasiado en el funcionamiento interno del mismo, lo que provocó distensiones y disputas entre ambas. Huelga decir que Teresa, lejos de amilanarse, volvió a salirse con la suya. Pero eso deberá leerlo el interesado en la historia.
Fray Tomás y su acompañante Monroy serán los designados por el Santo Oficio para indagar en la vida de la de Ávila. A través de sus pesquisas consiguen información interesante. Como su ascendencia judía. Algo que servirá para ampliar las investigaciones y estrechar el cerco sobre ella. Sin embargo, la referida divina providencia hará que todo cambie merced a la muerte del cardenal Espinosa justo cuando se iba a cursar la orden de detención en Sevilla. La historia de Fray Tomás y de Monroy también es digna de ser leída.
Como siempre, con su lenguaje característico, su narración amena y su extensa documentación, Sánchez Adalid consigue, con esta novela también, entretener, divertir, enseñar historia -y hasta teología- y, lo más importante, impartir un mensaje en el que los valores se hacen presentes en cada una de sus páginas. La honestidad, la bondad y la solidaridad se imponen a las fuerzas del mal, por mucho que estas se disfracen en ocasiones de supuestos defensores del dogma y de la fe de la cristiandad. De nuevo, estamos ante una gran novela que servidor no puede dejar de recomendar a todo buen lector que se precie.