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martes, 3 de noviembre de 2015

Diario del levantamiento de Varsovia. Miron Bialoszewski. Alba Editorial. 2011. Reseña





     Miron Bialoszewski tenía diecisiete años cuando los alemanes invadieron Varsovia. Y veintidós cuando, en 1944, los grupos de insurgentes de la capital polaca se levantaron contra la opresión nazi. Escribió sus memorias contando los acontecimientos relacionados con dicho levantamiento a los cuarenta y cinco años, es decir, más de veinte años después. Ese fue el tiempo que le costó terminar de asimilar todo lo ocurrido, ordenar sus notas y reunirse con familiares, amigos y conocidos para subsanar pequeños errores de memoria. El resultado, como cabía esperar, valió la pena.

     Bialoszewski relata los sucesos con un lenguaje llano, plenamente comprensible para todo el mundo y con bastante frialdad, algo que provocó que le llovieran críticas desde diversos sectores de la opinión pública polaca, que lo acusaron de vulgarizar y desdramatizar la guerra. Él, en cambio, explicó que no se adentró demasiado en su interior porque no pudo hacerlo de otro modo: en realidad, lo vivíamos así. Y aquellas vivencias solo pueden transmitirse de forma natural, sin artificios. Estuve más de veinte años sin poder escribir sobre lo que pasó. A pesar de que quería hacerlo. Y de que hablaba de ello.

     Como era de esperar, nos encontramos un relato descorazonador. Y es que los varsovianos que vivieron aquel triste episodio lo hicieron básicamente bajo tierra: escondidos en canales, sótanos y refugios. Todo ello, ante la constante presencia de morteros, artificieros, bombarderos, ametralladoras, artillería y lanzallamas. Porque los nazis se propusieron destruir la ciudad por entero. De hecho, según diversos estudios, se ha demostrado que casi el ochenta por cien de la ciudad conocida en 1939 desapareció durante la guerra. Pocos fueron los edificios que no sufrieron ningún desperfecto. La visión común en las calles de la ciudad era varios metros de escombros, muerte y destrucción.

     El levantamiento se dio el uno de agosto de 1944, cuando los rusos estaban al otro lado del Vístula y los alemanes comenzaban su retirada. Una retirada, eso sí, muy lenta y con un objetivo claro: no dejar piedra sobre piedra en Varsovia. Los insurgentes se sublevaron porque, pese a entender que el dominio nazi estaba a punto de acabar, los rusos estaban apostados cómodamente a la espera de entrar en la capital y hacerse con lo poco que dejaran sus enemigos. Obviamente, lo último que deseaban los polacos era que un poder sustituyera al otro. De modo que el levantamiento fue la única salida ante una situación límite.

     Bialoszewski narra cómo lograba pasar de unos sótanos a otros más seguros cuando los anteriores eran destruidos o descubiertos por los alemanes. Y transmite a la perfección el agobio y la agonía de unos ciudadanos que no tenían momentos de tregua. El levantamiento duró 63 días, hasta que sucumbió ante el poder nazi, debilitado pero no tanto como para no poder terminar con una resistencia tenaz pero muy débil. Cabe destacar las distintas reacciones de las personas ante situaciones tan complicadas. Así, mientras que algunos compartían lo que poco que tenían - la mayoría, para sorpresa del lector -, otros actuaban de forma egoísta, tratando de mantenerse con vida al precio que fuera.

     El diario desgrana cómo los insurgentes van ganando y perdiendo terreno según avanzan los días. Cualquier triunfo, por pequeño y poco duradero que fuera, era acogido con entusiasmo por los cada vez menos supervivientes. Familias separadas - en el mejor de los casos -; amigos perdidos y, en pocas ocasiones, recuperados; desconocidos bondadosos y piadosos; valientes jóvenes; y otros derrotados y sin ganas casi de vivir componen un mural de sentimientos tales que cuesta no meterse de lleno en su piel. Y sufrir con ellos. 

     Aspectos tan fundamentales y fáciles de conseguir para la totalidad de los mortales como hacer sus necesidades con tranquilidad, ir a recoger agua de dondequiera que brotara, encontrar algo de comida entre las ruinas, el polvo y los incendios o limpiarse, dormir y asearse se convirtieron para esta especie de cavernícolas modernos en toda una odisea, a veces imposible de alcanzar. La vergüenza y el sentido del pudor hubieron de desaparecer para dejar paso a la única preocupación: calcular el agua y la comida necesarias para seguir con vida, aunque fuera solo un día más.

     En uno de los fragmentos escribe Bialoszewski: Porque te preocupabas por los tuyos. Por los que estaban al lado pero un poco más lejos te preocupabas menos, aunque algo. Por los que estaban aún más lejos pero en el mismo edificio, te preocupabas aún menos pero seguías preocupándote. ¿Y por el edificio vecino? ¿Y por los de enfrente? No es que nos preocupáramos mucho. En una situación tan dramática: ¿quién no narraría lo ocurrido con frialdad? Cuando lo que está en juego es la propia supervivencia la sangre fría debe primar. ¿Quién culparía a una madre que le dice a su hijo: No llores más, vas a morir de todos modos?