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martes, 25 de noviembre de 2014

La vida era eso. Carmen Amoraga. Ediciones Destino. 2014. Reseña





     Dicen que la verdadera muerte es el olvido. Que lo peor de la muerte no es dejar de estar presente en este mundo sino en las mentes de nuestros familiares, amigos y conocidos. Que dejar de existir es mucho peor que la muerte misma. Que pensar en un hombre se parece a salvarlo. Este es, quizá, el punto de partida de La vida era eso, la última novela de la escritora valenciana Carmen Amoraga.

     Amoraga, finalista de los Premios Planeta 2010 - con El tiempo mientras tanto - y Nadal 2007 - con Algo tan parecido al amor - se alzó por fin con un gran galardón, el Premio Nadal, en este 2014 con La vida era eso. Una novela de ágil y fácil lectura que, estructurada en cinco partes - negación, ira, negociación, depresión y aceptación -, recorre los diferentes períodos psicológicos del primer año de la vida de Giuliana tras la muerte de su marido, William, a causa de un cáncer de colon que se traslada al páncreas. 

     A la protagonista de la novela le desanima y hasta enfada el hecho de no conseguir soñar con su marido durante ese año posterior a su muerte. En efecto, soñar con alguien es como volver a estar con él una vez más. Aunque ese anhelo es el que puede llevar a la no consecución del deseo. Giuliana se siente culpable por ello. Una culpa que se amplía a no haber sabido ver los síntomas de la enfermedad de William, a haber discutido a menudo con él por creerle un blando, a no haber podido acompañarle como ella cree que debería haber hecho, a no haber vivido cada día con él como si fuera el último, en definitiva, a tantas y tantas cosas... 

     La propia Giuliana afirma en varios momentos de la novela que tras una muerte así de dramática, tras una pérdida tan sensible, todos tendemos a recordar las partes buenas de nuestra relación con la persona que ya no está, olvidando - o tratando de hacerlo - los aspectos más negativos. Como humanos - y, por tanto, imperfectos - que somos, preferimos retener en nuestra memoria aquello agradable, lo cual nos hace idealizar una persona o una relación, llegando en ocasiones a realzar algo o alguien que realmente no merece tanto.

     Dice Carmen Amoraga de su novela que enseña que "aprender a perder es aprender a vivir". Y no le falta razón, desde luego. En la vida no todo sale como uno quisiera. Y aprender a vivir a pesar de los pesares se convierte a menudo en una quimera, una odisea. Y quien llega a conseguirlo alcanza, sin duda, una vida más plena. Aceptar la realidad no es fácil, pero sí lo más aconsejable. Lo cual hace bueno el conocido dicho: "no es más feliz quien más tiene sino el que menos necesita para vivir".

     Giuliana echa de menos ahora aspectos que odiaba cuando su marido estaba vivo. Así, llega incluso a abrirse una cuenta en Facebook. Hecho que la ayudará - entre otras muchas cosas, por supuesto - a ir superando poco a poco ese estado de aletargamiento en que se ve sumida tras la muerte de William. En su muro de la red social irá colgando fotos y reflexiones sobre su vida con su marido y en solitario. Siempre sin dejar de lado a esas dos hijas que la hacen seguir adelante pese a su dolor. A medida que crece su número de amigos virtuales irá también afianzándose en ella la sensación de que la vida es tan bonita que merece ser vivida aún con los dramas y sufrimientos a que nos somete.    

     La soledad es un tema que subyace a lo largo de toda la novela. Giuliana recuerda a menudo a Santi, un amor imposible de juventud que reaparece de tanto en tanto en su mente para llenar sus peores momentos de una mayor angustia. Ahora viuda, trata de ponerse en contacto con él. No lo consigue, lo cual no hace más que aumentar ese sentimiento de soledad presente y quizá futura. Como si todas sus esperanzas de futuro se esfumaran por el simple hecho de no poder dar con él. Como si fuera el único hombre del mundo y ya todo estuviera perdido.

     Para concluir, me gustaría reseñar dos aspectos que trata la novela que todos tenemos claros a priori pero que casi nadie suele cumplir a la postre: el primero, esa especie de máscara que todos llevamos en nuestro día a día pero que se pone más de manifiesto si cabe en las redes sociales, donde tratamos de dar una imagen diferente de la que quienes tenemos más cerca conocen; la segunda, lo fácil que nos resulta juzgar a los demás sin tener realmente ni idea de quiénes son. Desde luego, la novela nos da motivos para reflexionar sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Porque el ser humano es así. Porque la vida es eso...