De vez en cuando sucede que no resulta nada fácil escribir una reseña sobre la novela recientemente leída. Este es uno de esos casos. Y es que La mujer loca no es una novela normal. No, no digo que sea anormal, claro. Pero es una falsa novela, lo cual dificulta, y mucho, la tarea que me propongo a realizar. Millás me ha puesto en un aprieto y voy a ver cómo puedo salir de él (si es que soy capaz de ello). Allá voy.
La novela comienza como si se tratase de un manual alternativo de gramática no exenta de altas dosis de surrealismo. Julia, la protagonista, recibe la visita de palabras y frases cojas que demandan su ayuda para tener sentido y poder seguir viviendo en diccionarios y manuales. Sin duda, a Julia le falta un tornillo, está loca, pero también se muestra enormemente sensata en muchos aspectos. Es una loca muy cuerda, vamos.
La pasión por el lenguaje le viene a Millás de lejos. Él mismo ha reconocido siempre en otros libros y entrevistas que esa pasión le llevó a escribir. Entiende las palabras como intermediarias entre la realidad y nosotros. Algo que en ocasiones le ha llegado a agobiar ya que considera que no somos nosotros quienes nos servimos de ellas sino al revés. De esa inquietud, quizás, haya nacido su nueva novela.
De esa inquietud y de una crisis creativa que él mismo reconoce en La mujer loca. Y es que estamos ante una novela que presenta varias originalidades que la hacen especialmente atractiva. La primera, que el propio Millás es uno de los protagonistas principales de la trama. La segunda, que recupera para la literatura una figura importante muy utilizada en tiempos pretéritos: la del narrador en tercera persona. Un narrador que también es el propio Millás, claro. Y la tercera, la conjunción de géneros literarios a priori diferentes, como la novela, el reportaje y la autobiografía.
Con todo ello crea su autor una novela falsa en la que corresponde al lector dilucidar lo que es real y lo que es ficción. Algo más complicado todavía dado un factor que acaba de enmarañar por completo la trama: la aparición de dos Millás, el de acá y el de allá, que coinciden en algunos aspectos pero que se contraponen en muchos otros. Los límites entre realidad y ficción terminan por ser muy abruptos en ocasiones y casi imperceptibles en otros momentos.
Habla el Millás narrador que el Millás protagonista sufre una crisis creativa que le lleva a una situación tal que siente que ha agotado sus recursos para crear ficción y que debe centrarse en las realidades cercanas a él para seguir escribiendo. Y nos presenta unas realidades que perfectamente pueden ser también ficción. De ahí que sea cuestión del lector decidir qué es realidad y qué no. Y, sin embargo, el Millás autor (el que no es narrador ni protagonista) afirma que esa crisis creativa es la que le sirvió para gestar esta novela. Una novela que nació de la imposibilidad de escribir una novela. Yo también estoy hecho un lío, tranquilo/a. Sigamos.
Hay un tema que, sin ser el principal de la novela, está latente en todo momento. Hablo del amor. En todos sus sentidos. No solo del conyugal. Sino de todas las acepciones del término amor. Pero como no quiero desvelar mucho más del libro - creo que ya he sobrepasado ciertos límites - diré simplemente que todos los personajes que componen la trama están o han estado enamorados de alguien o de algo. Alguien o algo que les hace actuar de la manera en que lo hacen. Y ahí lo dejo.
Para concluir, no puedo pasar por alto un tema tan serio como el de la eutanasia. Es uno de los hilos conductores de la novela. Emérita, la vieja con la que convive Julia junto a Serafín, el marido de la primera, desea morir debido a su cada vez menor calidad de vida debido a una enfermedad terminal que la tiene postrada a la cama hace ya demasiado (indigno) tiempo. Es Emérita, a través de su enfermedad, la que une a una serie de personajes que poco o nada tienen en común: Julia, Millás, Serafín, el cura Camilo y Carlos, el representante de DMD (Derecho a morir dignamente). Todos ellos se proponen, en la medida de sus posibilidades, ayudar a la enferma a conseguir sus propósitos. Por amor.
La crisis creativa, la situación de Emérita, la pasión por el lenguaje y la relación que establece Millás con Julia, la mujer loca, hacen que nuestro autor-narrador-protagonista desdoblado retome una terapia psicoanalítica interrumpida tiempo atrás. ¿Os imagináis a Millás tumbado en el diván de la anciana Micaela, su nueva terapeuta octogenaria? ¿No? Pues ya tenéis otro motivo añadido para leer La mujer loca.