LIBROS

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lunes, 22 de septiembre de 2014

El viejo y el mar. Ernest Hemingway. Planeta. 1975. Reseña





     En 1935 alguien le contó a Hemingway la historia de un viejo pescador cubano que había capturado un enorme pez en alta mar y luchado denodadamente por llevarlo de regreso a la costa de La Habana. La historia fue recogida por él en un breve escrito titulado Sobre el agua azul, relato publicado en Squire en abril de 1936. No fue hasta 1951 cuando el gran escritor norteamericano se decidió a convertir aquella pequeña-gran historia en una novela corta.

     La obra narra la lucha entre el viejo Santiago, únicamente acompañado por su larga y notable experiencia como pescador y sus recuerdos de mejores tiempos ya pasados, y las fuerzas de la naturaleza en un mar infinito y salvaje. Una lucha de tú a tú entre el protagonista y el gran pez y otra desigual ante los tiburones que se disponen a devorar a la presa pese a los esfuerzos de Santiago. 

     Lo más notable de esta historia, a mi entender, es la minuciosa descripción de la psicología del viejo y, sobre todo, esa mezcla de temor y respeto de la que hace gala durante toda la acción descrita por el genial escritor de las afueras de Chicago. De entre todas las frases aparecidas en la novela me quedo con aquella que dice así: un hombre puede ser destruido, pero no derrotado. Y es que, para el bueno de Santiago, el hecho de esforzarse y no darse por vencido ni siquiera en circunstancias tan desfavorables como las que está viviendo ya constituyen una gran victoria. Sin duda, toda una lección que todos deberíamos tener en cuenta en determinados momentos de nuestras vidas.

     El protagonista echa de menos los periódicos, la radio, el béisbol y al gran Di Maggio, el mejor jugador de béisbol del momento. La soledad vivida en los días en alta mar luchando contra los elementos le lleva también a añorar la presencia de Manolín, joven adolescente que a buen seguro le habría ayudado y disfrutado a la vez en una situación límite y emocionante a la vez. En este sentido, la historia es también un ejemplo de gratitud, lealtad y amistad en el pleno sentido de la palabra. La relación Santiago-Manolín constituye uno de los puntos más emotivos de la obra por el afecto que se tienen el uno al otro.

     La novela es también una defensa de la naturaleza salvaje y sus actores principales. Tiburones, leones marinos y el mar en sí mismo no son vistos por Santiago como algo malo sino como algo natural cuyas leyes deben ser entendidas. El respeto y hasta veneración que siente por ellos el protagonista es otro de los puntos fuertes de la historia creada por Hemingway. Tanto él como los peces buscan lo mismo: luchar por la supervivencia en una naturaleza que, como siempre, se muestra bestial, cruel y selectiva.

     Además, podemos enlazar los sentimientos de protagonista y autor en cuanto al deseo de soledad. El individualismo de Santiago en la acción narrada se puede relacionar con el del propio Hemingway. De hecho, en la época en que escribió esta novela uno de sus deseos era estar solo para poder escribir. Así, cuando fue premiado con el Nobel en 1954 - solo un año después de ganar el Pulitzer con El viejo y el mar, publicado en 1952 - no asistió al acto de entrega ni dio entrevistas aduciendo que por supuesto que estoy orgulloso por el premio, pero no quiero ganar un premio si eso significa que no me van a dejar escribir un libro.

     Volvamos al tema de la lucha continua y el no rendirse jamás. La más clara demostración de que ello constituye en sí una victoria es el hecho de que el viejo no piensa en ningún momento en soltar a su presa. Solo ello explica que llegue a La Habana con una enorme espina desnuda amarrada a su barca. Lo cual le permite exhibir con orgullo la magnitud de la pieza capturada. Aspecto que nos lleva, además, a la necesidad que las personas tenemos de que se nos reconozcan los esfuerzos realizados, sea cual sea el resultado obtenido. En efecto, Santiago es casi destruido, pero no derrotado por el enorme pez y los tiburones.

     El gran éxito de la novela conllevó casi de inmediato la firma de un contrato para llevarla a la gran pantalla. En 1958 John Sturges dirigió un film protagonizado por Spencer Tracy, gran amigo personal de Hemingway. Y en 1990 se realizó otra versión de la mano del director Jud Taylor y del también genial actor Anthony Quinn. Ambas películas son fieles a la historia escrita por Hemingway. Las tres  - la novela y los films - son auténticas joyas para disfrutar de una historia cotidiana y a la vez increíble.