Recuerdo como si fuera ayer mismo aquel 9 de octubre de 1989. El día en que nació la televisión pública valenciana. Poco después llegó su hermana, la radio. Todos los valencianos, grandes y pequeños, castellano y valenciano parlantes, anhelábamos una televisión nuestra, sólo nuestra. Prácticamente todo el mundo pasó aquella tarde frente a su tele para ver nacer a una criatura a la que se le auguraba una vida feliz y larga. Qué ignorantes éramos. ¿He escrito éramos? No, somos.
Han pasado 24 años que se nos han antojado apenas 24 horas. Y no porque no hayan pasado cosas sino por la velocidad a la que han sucedido. El cierre de Nou no es algo que haya sucedido ayer. Se veía venir desde hace tiempo. Era un enfermo terminal que hacía ya tiempo que vegetaba. Es muy fácil culpar de lo sucedido al PP o al President Fabra. Estamos indignados y buscamos alguien en quien descargar nuestra ira. Pero, como ciudadanos que somos, debemos ser también mínimamente objetivos y reflexionar. Y, sin duda, la responsabilidad de lo sucedido es colectiva.
Nou enfermó cuando los sucesivos gobernantes de nuestra Comunitat (Zaplana, Camps, Fabra) comenzaron a enchufar a sus amigos en el ente público, como si de una agencia de colocación se tratase. Algo que, huelga decir, no sólo ha ocurrido en Nou sino en multitud de empresas. Empeoró cuando comenzó la manipulación de los informativos de la cadena, cuando pasó a ser, en definitiva, la tele del PP valenciano. Los periodistas, que desde ayer critican cada gesto de Fabra o de sus consellers al más mínimo detalle, callaron durante demasiados años lo que ahora están destapando sin tanto pudor ni miramiento: el caciquismo y la verguenza del gobierno valenciano. No les culpo ni les juzgo: cuando lo que está en juego es el plato de sopa de nuestros hijos todos actuamos de igual manera. Lo cual no nos exime de nuestra parte de responsabilidad.
Nou fue desconectado de la máquina que lo mantenía con vida ayer, cuando el TSJ ordenó la readmisión de los mil trabajadores afectados por el ERE. La totalidad de los trabajadores del ente público, tanto los afectados como los no afectados, hicieron piña en defensa de sus derechos colectivos. Y Nou cierra como venganza. Venganza del gobierno ante quienes durante tantos años habían cedido a sus presiones, ante quienes ya comenzaban a no callar ante tanta injusticia. No, Fabra no cierra Nou por temas económicos.
Esta misma mañana el President ha afirmado que "es mejor cerrar Nou que un hospital o un colegio". Hipocresía pura y dura. Por la misma regla de tres, habría sido mejor no traer a Valencia la Copa América o la Formula 1 e invertir ese dinero en cosas de mayor interés público. Y, ya puestos, también sería mejor dejar morir a otro enfermo terminal, el Valencia Club de Fútbol, un saco con un enorme agujero en su fondo. Pero el fútbol no se toca. Entonces se armaría una revolución, claro. Y no conviene exaltar a las masas.
Antes he hecho referencia a la responsabilidad colectiva. Y ahora es el momento de volver a ello. Cada valenciano es responsable, no sólo del cierre de Nou, sino de permitir que nuestros gobernantes nos roben. Porque nos roban a todos, sin distinción. Y no me refiero únicamente a nuestras carteras. Como ciudadanos y telespectadores, hemos dejado que camparan a sus anchas aquellos a los que estamos gobernando (que no ellos a nosotros), aquellos quienes han terminado con lo que tanto costó de levantar hace 24 años. Lo que nació como un nexo de unión de todos los valencianos (lengua, cultura, identidad) acabó siendo un elemento de discordia entre nosotros. Y todos somos corresponsables de ello. Nuestro "meninfotisme" (pasotismo), una vez más, vuelve a condenarnos al ostracismo cultural, lingüistico e identificativo.
Cierto es que del Canal 9 de hace 24 años al Nou de hoy hay mucha diferencia, demasiada diferencia. De "El show de Joan Monleón" y "Babalà" se fue pasando a "Tómbola" o "Tela marinera". En la actualidad, pocos programas se salvaban de la quema (¿"L´Alqueria blanca"?). Y los informativos, como ya he comentado, se habían convertido en "Nodos peperianos". Evidentemente, no se podía seguir así. No se debía seguir así.
Una vez más, en lugar de actuar, de luchar, los valencianos hemos dejado que otros decidan por nosotros. Entre agotar las oportunidades de curación y desconectar la máquina hemos optado por la segunda opción. "Muerto el perro se acabó la rabia", pensarán muchos. Pero no. La muerte de este perro simboliza un nuevo fracaso de la sociedad valenciana en su conjunto. Y es responsabilidad también tuya y mía.