A empujones, a trozos, como iba saliendo, pero sin dificultad. Así confesó haber escrito Galdós esta novela a su gran amigo Leopoldo Alas Clarín. Publicada originariamente en cinco entregas, entre marzo y mayo de 1876, en La Revista de España, Doña Perfecta levantó tan gran expectación que acabó siendo publicada como libro ese mismo mes de mayo, agotando su primera edición en apenas unas semanas. Junto al resto de sus obras de la década de 1870 --por ejemplo, Marianela, ya reseñada en este blog--, esta crónica de la tragedia de España, que finalmente llegaría con la Guerra Civil, forma parte de las denominadas novelas de tesis de Galdós. Orbajosa, ciudad imaginaria inventada por el genio canario, es el escenario de las luchas entre el tradicionalismo radical, representado por Doña Perfecta y el resto de personajes, y la modernidad, encarnada por su sobrino, Pepe Rey. Una lucha sin cuartel desde la misma llegada al pueblo del sobrino de la mujer que da título al libro.
Si hay una palabra que define a la perfección la temática de la obra es, sin duda, la intolerancia. En torno a Doña Perfecta, la rica del pueblo, se reúnen el alcalde, el canónigo, el juez y el resto de personajes influyentes del lugar, todos ellos representantes de esa España atrasada --en todos los ámbitos posibles-- que se agarra al pasado para no progresar ni dejar progresar a quienes sí lo desean. La llegada al pueblo de Pepe Rey unirá definitivamente a la Orbajosa tradicionalista con el único objetivo de derrotar, mediante la hipocresía, el fanatismo y la violencia, al recién llegado y a sus ideas de apertura a una Europa que parecía vivir a varios años luz de nuestro país. Ni la gran inteligencia ni la amplitud de miras de Rey le servirán para hacer frente a ese grupo de personas rancias, católicas y falsas. Su amor por su prima Rosario, hija de Doña Perfecta, con quien desea casarse lo más pronto posible, es el único motivo por el cual no abandona el pueblo y sigue luchando con todas sus fuerzas.
En Orbajosa se apuesta por atacar los avances europeos que algunos tratan de introducir en nuestro país vía Madrid. Por eso, Doña Perfecta es una historia de lucha, la primera novela social de un Galdós que por aquella época ya daba muestras de que iba a ser uno de los grandes escritores españoles de finales del siglo XIX y principios del XX. Las guerras carlistas, que anticiparon la Guerra Civil del siglo siguiente, constituyen buena parte del fresco que pinta el autor sobre una España resquebrajada, en la que la idea de las dos Españas estaba ya plenamente vigente. En la parte final de la novela todo se radicaliza. Y esas guerras carlistas, con las partidas que se formaban en muchos pueblos en contra del gobierno central, cambiarán el panorama en un pueblo en el que ya nada podrá ser lo mismo. Porque, cuando se cruzan las líneas rojas, ya no es posible dar marcha atrás. Y echar hacia adelante llega a antojarse todo un milagro.
Juan Rey, padre de Pepe, ha acordado con su hermana, Doña Perfecta, el matrimonio entre sus hijos, Pepe y Rosario. No obstante, cuando el joven llega al pueblo se encuentra con un ambiente muy hostil. Las disputas del canónigo don Inocencio, su sobrino Jacinto y Doña Perfecta con Pepe Rey van in crescendo a lo largo de la acción de la historia. Así describe Pepe sus primeras impresiones sobre lo que ve: desde la entrada del pueblo hasta la puerta de esta casa he visto más de cien mendigos. La mayor parte son hombres sanos y aun robustos. Es un ejército lastimoso, cuya vista oprime el corazón. No le vendrían mal a Orbajosa media docena de grandes capitales dispuestos a emplearse aquí, un par de cabezas inteligentes que dirigieran la renovación de este país, y algunos miles de manos activas. A lo que el canónigo don Jacinto le responde: váyanse con mil demonios, que aquí estamos muy bien sin que los señores de la Corte nos visiten, mucho mejor sin oír ese continuo clamoreo de nuestra pobreza y de las grandezas y maravillas de otras partes: arados ingleses, trilladoras mecánicas y más majaderías.
Los planes de don Inocencio son casar a su sobrino Jacinto, gran estudiante de derecho, con Rosario, la hija de Doña Perfecta. La llegada de Pepe Rey pone en peligro la consecución de dicho plan. De ahí que el canónigo se las arregle siempre para afear la conducta y los pensamientos de Pepe para contrarrestarlos con los de un Jacinto que busca la oportunidad de su vida para ser rico y vivir a placer. Aunque Doña Perfecta ha acordado el matrimonio entre Rosario y Pepe para salvaguardar las riquezas familiares, se siente atacada por todo aquello que significa su sobrino: símbolo del progreso tecnológico como ingeniero que es, amenaza con desmontar el sistema de vida de los orbajenses, orgullosos fieles de su pasado, sus grandes héroes y sus ajos, los más famosos del mundo según ellos mismos. Y la pobre Rosario se debate entre el amor filial hacia su madre y el amor pasional hacia su prometido. Unas dudas que, acrecentadas por el cariz de los acontecimientos, alteran su sistema nervioso y su estado mental.
¿Por qué antes no sabía mentir, y ahora sé? ¿Por qué antes no sabía disimular y ahora disimulo? ¿Soy una mujer infame? Esto que siento y que a mí me pasa es la caída de las que no vuelven a levantarse... ¿He dejado de ser buena y honrada? Yo no me conozco. ¿Soy yo misma o es otra la que está en mi sitio? ¡Qué de terribles cosas en tan pocos días! ¡Cuántas sensaciones diversas! ¡Mi corazón está consumido de tanto sentir! Y, todo este sufrimiento, por culpa de su madre, todo un símbolo de la intolerancia, religiosa y civil, y arquetipo de la inflexibilidad y el absolutismo, a la que Galdós define así: su carácter duro y sin bondad, en vez de nutrirse de la conciencia y de la verdad revelada en principios tan sencillos como hermosos, busca su savia en fórmulas estrechas que sólo obedecen a intereses eclesiásticos. Para que la mojigatería sea inofensiva, es preciso que exista en corazones muy puros. Pero no es el caso de esta mujer. Una mujer con dos caras bien diferenciadas.
Orbajosa, como el también ficticio Socartes de Marianela, representa a las mil maravillas a esa España profunda, anclada en su pasado, en donde nunca pasa nada y no existen las vidas intelectual y económica. Un lugar en el que alguien como Pepe Rey se aburriría y del que, por tanto, saldría corriendo. La figura del falso historiador, don Cayetano, que introduce Galdós en la novela, representa no lo mejor --las nuevas virtudes-- sino lo peor --los eternos defectos-- de la España del momento. Aún asi, Pepe no huye. Y no lo hace por un gran motivo: porque está enamorado. Y así se lo hace saber a Rosario: sé todo lo que tenía que saber: sé que te quiero; que eres la mujer que desde hace tiempo me está anunciando el corazón, diciéndome noche y día... ya viene; ya está cerca; que te quemas... Y Rosario comparte sus sentimientos, afirmando que te quiero desde antes de conocerte. Lo cual la lleva, aunque sea interiormente, a enfrentarse a los duros preceptos de su madre.
En una de las escenas más dramáticas de Doña Perfecta la susodicha trata a Pepe Rey de bárbaro, salvaje y hombre que vive de la violencia por el hecho de estar atropellando un hogar, una familia y a las autoridades humana y divina, a lo que su sobrino le responde que soy manso, recto, honrado y enemigo de violencias; pero entre usted, que es la ley, y yo, que soy el destinado a acatarla, está una pobre criatura atormentada --Rosario--, un ángel de Dios sujeto a inicuos martirios. Este espectáculo, esta injusticia, esta violencia inaudita es la que convierte mi rectitud en barbarie, mi razón en fuerza, mi honradez en violencia; este espectáculo, señora mía, es lo que me impulsa a no respetar la ley de usted; lo que me impulsa a pasar sobre ella, a atropellar todo. Una escena descarnada, sin vuelta atrás, violenta --en lo verbal-- que, en cierto modo, nos llega a recordar a Romeo y a Julieta. Porque, a veces, el amor no basta para que venzan los buenos. Y esta novela es un claro ejemplo de ello.