Pese a ser menos conocido que sus contemporáneos Víctor Hugo (Los miserables) y Alejandro Dumas (El conde de Montecristo), Henri Beyle --más conocido por su pseudónimo Stendhal-- veinte años mayor que los anteriormente aludidos, influyó en ellos, siendo considerado uno de los grandes precursores del realismo literario por su magistral descripción psicológica de los protagonistas de sus obras y su estilo, conciso y meridianamente mostrador de la realidad de su tiempo. Un tiempo convulso que vivió las consecuencias de la Revolución Francesa de 1789 y las luchas por el poder tras la muerte de Napoleón en 1821 en la isla atlántica de Santa Elena.
De hecho, Rojo y negro, la obra cumbre del genial escritor de Grenoble, fue publicada en 1830. Tan solo nueve años después de la definitiva desaparición de Bonaparte. Personaje al que admiró y al que llegó a servir. En efecto, Stendhal conoció las tropas napoleónicas, en las cuales ingresó para participar en las campañas de Italia. Sin embargo, en 1802 abandonó el ejército, pasando a trabajar en la administración imperial en Alemania, Austria y Rusia. Sus dos grandes pasiones, además de la literatura, fueron las mujeres (se le conocieron decenas de amantes a lo largo de sus 59 años de vida) y la admiración por el arte (de su obra Roma, Nápoles y Florencia nace lo que se conoce como síndrome de Stendhal, una especie de éxtasis o mareo producido al contemplar en poco espacio y tiempo demasiada acumulación de arte y belleza).
Rojo y negro presenta la Francia de la Restauración de tal manera que nos sumerge de lleno en ella. Las luchas entre las distintas clases sociales que fueron emergiendo y sustituyéndose unas a otras en los años que precedieron a Luis Felipe de Orleans están presentes en cada una de sus casi quinientas páginas. Los protagonistas son egoístas y buscan satisfacer sus placeres. La combinación de una más que acertada ambientación histórica, de un magnífico estudio de la psicología de los personajes y de la descripción moral e intelectual de la Francia del siglo XIX componen un mosaico de una extraordinaria diversidad de colores. Una obra de arte literaria absolutamente recomendable. Aunque entre sus coetáneos solo Honorato de Balzac parece que supo verlo in situ.
Eso sí: pocos años después, su manera y sus formas literarias fueron absorbidas por los grandes escritores franceses y europeos, como los arriba citados Hugo y Dumas y el ruso León Tolstoi. No en vano, con el paso de los siglos --dos en concreto--, se considera que Stendhal es el escritor del XIX que mejor ha envejecido, por lo que se dice de él que es el creador de la novela moderna. Y su influencia en obras como Los miserables o El conde de Montecristo es innegable. Algo que, según los estudiosos, se observa mejor todavía en La cartuja de Parma (publicada en 1839), la otra gran obra del autor que nos ocupa en estas líneas.
El título de la novela hace referencia a los colores del ejército (rojo) y del clero (negro). Julián Sorel, su gran protagonista, es hijo de un aserradero de un pueblo ficticio denominado Verrières. Lucha, pese a su juventud, por ascender de condición social. No duda en ser diplomático, utilizando su astucia y su valía intelectual --conoce de memoria cada página de la Biblia (en latín)--, para decir a los demás lo que quieren oír y hacer lo que quieren que haga. Todo por labrarse amigos hasta en el infierno. Lo cual, por contra, le generará también grandes enemigos. El cura del pueblo, Chélan, será su gran valedor en sus inicios. Así, le consigue un puesto como preceptor de los hijos del alcalde, Monsieur de Rénal. Más tarde, tras tener un affair con la esposa del alcalde, ingresará en el seminario de Besançon para iniciar su carrera eclesiástica.
En el seminario su valía provocará los celos de sus compañeros. Y el abate Pirard decidirá protegerlo primero y sacarlo de allí después, ofreciéndoselo como secretario al marqués de la Mole. Y, así, el pueblerino Sorel llega ni más ni menos que hasta a París. Pasa de un mundo burgués de provincias a otro aristocrático y capitalino. Pero pronto volverá a las andadas. Como el propio Stendhal, Julián es muy proclive a enamorar a las bellas damas. Y Matilde, la hija del marqués, será su siguiente amor. Un amor diferente al protagonizado con la señora de Rénal, con tira y afloja constantes y sin verdadera consistencia. Algo que hace pensar también en el título: un amor pasional y de corazón (rojo) y otro de intelecto y cabeza (negro).
Al mismo tiempo que la relación entre Julián y Matilde se va estrechando y distanciando por momentos, el marqués, que se muestra encantado en todo momento con Julián de la misma manera que anteriormente lo había estado el alcalde de Verrières, el señor de Rénal, consigue que su secretario sea nombrado teniente de húsares en Estrasburgo, convirtiéndose en el señor Julián de la Vernaye. No obstante, cuando todo parece ir bien en la vida de nuestro protagonista, que insiste en sus ambiciones de ascensión social, un inesperado giro lo colocará en el abismo. Un abismo que lo llevará ante un dilema vital, moral y ético en el que deberá elegir entre una vida miserable y una muerte digna.
La hipocresía (la clara contradicción entre las palabras de los personajes y sus actos y pensamientos); las luchas por el poder entre republicanos (seguidores de Napoleón) y católicos legitimistas (partidarios de restaurar a los Borbones); la necesidad de jugar a dos o tres bandas con tal de asegurarse el porvenir para conseguir la aprobación de quienes los rodean; y los celos amorosos (aparecen no uno sino varios triángulos amorosos a lo largo de la trama) hacen de este libro una obra maestra de indudable calidad y vigencia. Porque leer a Stendhal es leer historia, leer psicología, leer sobre relaciones personales y amorosas y, sobre todo, leer realidad. Por insoportable que esta sea...