Mary W. Shelley, hija de los famosos filósofos británicos William Godwin (dedicado al ámbito político) y Mary Wollstonecraft (reconocida feminista autora de la obra Vindicación de los derechos de la mujer), pasó el verano boreal de 1816 junto a su esposo, Percy Shelley, poeta romántico y también filósofo, en la villa que su buen amigo lord Byron tenía cerca de Ginebra. Allí, ante la imposibilidad de salir de la villa debido al fenómeno conocido como invierno volcánico --el hemisferio norte hubo de soportar un verano largo y frío debido a la erupción del volcán indonesio de Tambora --, su anfitrión, su médico personal, John Polidori, y los Shelley acordaron un reto para pasar el tiempo: escribir una historia de terror cada uno.
Solo Polidori cumplió el reto. Sin embargo, la única mujer del grupo puso los cimientos de lo que no mucho más tarde tomó cuerpo en forma de un relato que se convirtió en la primera novela moderna de ciencia ficción y en uno de los mayores exponentes de la novela gótica de terror. En ella narró la historia de un joven y ambicioso doctor suizo (Viktor Frankenstein) que, mediante los denominados experimentos galvánicos y la fuerza de la electricidad, es capaz de crear un nuevo ser a partir de diferentes fragmentos de cuerpos ya inertes. Una historia cuya publicación tuvo lugar hace exactamente doscientos años. Dos siglos que bien merecen una referencia en este blog.
Publicada bajo el título original de Frankenstein o el moderno Prometeo, la novela aborda temas tan controvertidos como la moral científica, la creación y la destrucción de la vida, la naturaleza humana o la relación de los humanos con Dios. El hecho de que el doctor Frankenstein actúe como una especie de Dios, con el cual rivaliza, justifica su subtítulo, en referencia a ese Prometeo de la mitología griega que robó el fuego de los dioses para dárselo a los mortales. El hecho de que Zeus acabara castigándolo por ello también se relaciona directamente con esta obra, pues también Viktor Frankenstein acabará recibiendo el peor de los castigos divinos.
Antes de entrar de lleno en la reseña de la novela conviene hacer una recomendación a cualquier lector que todavía no la haya leído y tenga previsto hacerlo en el futuro: el cine no ha hecho justicia, en ninguna de sus múltiples versiones, a esta historia. Y no lo ha hecho por tres motivos. En primer lugar, porque el verdadero protagonista de Frankenstein no es el monstruo sino el doctor que le otorga la vida. En segundo lugar, porque no estamos ante un médico loco sino incauto y arriesgado. Y, en tercer lugar, porque la figura del monstruo del celuloide tampoco obedece a la original de Mary W. Shelley. Por tanto, el nuevo lector de la obra deberá realizar un ejercicio previo de limpieza de ideas e imágenes preconcebidas que pueden llevarle a engaños, inexactitudes y desilusiones.
Además, el doctor no da a conocer en ningún momento las particularidades de su proceso creativo, pues no desea que nadie pueda volver a cometer semejante insensatez. Está absolutamente arrepentido de lo que ha hecho a causa de sus ansias de conocer los secretos del cielo y la tierra, así como la misteriosa alma del hombre, y tan solo se centra en salvar a su familia y en tratar de destruir al ser demoníaco, a el engendro, a la criatura o al horrendo huésped. Porque en ningún momento se dirige al monstruo con el apelativo de Frankenstein, nombre con el que la cultura popular conoce a la criatura creada por el médico. Otro elemento más a tener en cuenta sobre la novela.
Para mí, más allá de la originalidad de la historia y la caracterización de cada uno de sus protagonistas, lo mejor de la novela quizás sea el triple narrador omnisciente que nos descubre los hechos de la trama. A saber: el monstruo narra al doctor sus propias experiencias en los capítulos centrales de la misma; a su vez, Viktor Frankenstein le cuenta al marinero Robert Walton tanto las vivencias de la criatura como las suyas mismas; y el marinero lo cuenta todo a través de su diario personal y de las cartas que va escribiendo a su hermana Margaret. La secuencia es, pues, la siguiente: 1) diario de Walton, 2) la historia de Viktor, 3) las peripecias del monstruo, 4) continúa la historia de Viktor y 5) fin del diario de Walton.
A lo largo de sus páginas Mary W. Shelley pone en boca de sus personajes varias expresiones, frases y párrafos enteros dignos de mención. De todos ellos, me quedo con estos dos. El primero hace referencia a una reflexión de Viktor que dice así: Nada causa tanto abatimiento al espíritu como un prolongado cúmulo de desgracias en el tiempo, pues todo ello conlleva a una depresión casi crónica y a un estado de aflicción continuo. Nunca se vislumbra la esperanza, pues el sentirte predestinado a cumplir con tu desdicha en la vida te priva de forma irremediable de experimentar la alegría que conociste en el pasado.
La segunda la pronuncia la criatura, y reza así: Mi trabajo ha finalizado. No me hace falta vuestra vida ni la de ningún otro hombre para completar lo que es necesario completar. La única vida que preciso es la mía, porque cuando perezca será una liberación para mí (...), reuniré el material que adornará mi pira funeraria, y en ella convertiré este cuerpo horrendo y deforme en cenizas. Y en polvo, para que nadie vuelva a ser testigo de un horror fatal, pues es lo único que inspiro. Y espero de corazón que no se vuelva a producir un hecho similar (...) pues es lo mejor que puede pasar.
Se cumplen, pues, doscientos años del nacimiento del monstruo más humano de la historia de la literatura. Un monstruo triste, con un físico sobrehumano, extraordinariamente inteligente pero a la vez, y por ello, consciente de su enorme e inevitable desgracia: resultar abominable a ojos humanos y ser incapaz de encontrar su sitio en la naturaleza y en el mundo. Los lectores que todavía no lo conozcan harán bien en acercarse a su historia y a la del doctor que lo creó. Porque, en el fondo, tal vez no sean tan diferentes entre sí...