El periodista, novelista y licenciado en filosofía turinés Alessandro Baricco se convirtió en todo un fenómeno literario en 1997 tras la publicación de Seda, una novela corta --125 páginas-- que, veinte años después, en España ya ha superado las cuarenta ediciones. Muchos críticos ven al autor como una especie de Salinger a la italiana. Acertada o no esta visión, la cuestión es que sí encontramos varias similitudes entre el estadounidense y el italiano. También Baricco detesta las entrevistas y los actos literarios. Y su escuela de técnicas de escritura de Turín recibe el nombre de Holden, como el protagonista de El guardián entre el centeno.
El estilo narrativo también recuerda en determinados momentos a Salinger, con gran variedad de registros y múltiples giros argumentales. Sin embargo, lo onírico cobra mayor protagonismo en el caso que nos ocupa. Y, como gran conocedor de la filosofía que es, Baricco explora y nos muestra con todo lujo de detalles los rincones más recónditos del alma humana. Incluso persiguiendo sueños y deseos irreales e imposibles. Como ocurre aquí con Hervé Joncour, comerciante francés de mediados del siglo XIX dedicado a la seda que viaja año tras año a Japón en busca no solo de gusanos de seda para abastecer a sus conciudadanos de Lavilledieu.
Seda resulta una novela misteriosa y lacónica en palabras de Vargas Llosa. Su lenguaje conciso, directo recuerda a una fábula oriental, acercándonos a un Japón que hace siglo y medio se mostraba completamente separado, apartado del mundo occidental. Tal vez sea eso precisamente lo que atrapa a un Joncour que viaja por primera vez a tierras niponas sin tener la más mínima idea de lo que allí se va a encontrar. Así, se asombra de todo lo que sus ojos ven por vez primera. Algo a lo que ayuda el tono pausado y sutil de las composiciones ambientales y descriptivas de Baricco. Todo ello, para cautivar tanto a su personaje como a sus lectores a través de su elegancia y misterio.
La novela se estructura en 65 capítulos cortos --no más de 3 o 4 páginas-- que son como fogonazos que nos ubican en los diferentes escenarios de la historia narrada y también en la psicología de los personajes. Unos personajes trazados con gran detalle pero sin elementos que nos transmitan un juicio por parte del autor. Más bien, es el lector quien según avanza en las páginas del libro va comprendiendo sus actos y pensamientos, llegando en ocasiones a sentirse identificado con algunos de sus rasgos y motivaciones. En definitiva, Baricco desarrolla un estilo único, original y peculiar que lo ha convertido en uno de los autores de referencia en Italia y el resto del continente europeo.
Seda es una mezcla de novela de amor, de aventuras, de viajes y de melancolía. En ella, la imagen adquiere una importancia absoluta. Porque, a través de ellas, Baricco nos hace ver más allá de la superficie de las cosas. Y es que en esta historia a menudo es más importante lo que no se escribe, lo que no se ve que lo que realmente el lector lee. Algo que a servidor le recuerda también a un autor patrio, el valenciano Rafael Chirbes. Pocas pero hábiles pinceladas acaban por conformar un cuadro realmente magistral que debe ser necesariamente admirado por el espectador. Y, en ese sentido, puede que estemos ante un escritor-pintor de telas expuestas sobre el papel.
Japón representa la distancia, el alejamiento de las raíces. Y el viaje representa realmente un recorrido interior por la psicología del principal protagonista. Una especie de psicoanálisis --de ahí la importancia de la descripción de las imágenes y de lo surrealista, de lo onírico en definitiva-- de un Joncour que pasa de ser un joven aventurero a constituirse en un ser plenamente maduro. Un hombre maduro que, pese a ello, o precisamente por ello, arriesga su vida con tal de regresar a un Japón en guerra solo para tratar de volver a ver a una joven con la que jamás ha hablado con anterioridad. Así, la melancolía pasará a ser parte ineludible de la trama.
Dejo para el final de esta reseña la referencia a la ternura, el erotismo y el sexo. Las descripciones de estas escenas son de las mejores de la novela. Y confirman lo dicho con anterioridad sobre la simbiosis entre la escritura y la pintura. Tanto que estamos ante una serie de descripciones fuera del alcance de la mayoría de los escritores. Estas escenas conmueven, emocionan y seducen hasta al lector más frío. Algo digno de agradecer. Y que quizás nos haga mirar en un lago y que, dibujado en el agua, nos parezca ver el inexplicable espectáculo, leve, que ha sido nuestra vida.