Dice Víctor del Árbol que es un poeta frustrado y que el Premio Nadal que acaba de recibir por La víspera de casi todo le alegra, entre otras cosas, porque a partir de ahora podrá utilizarlo para argumentar que es un escritor que fue policía y no un policía que escribe. Y servidor, que ha leído cuatro de sus seis obras publicadas hasta la fecha no puede mostrarse más en desacuerdo con él. Porque Del Árbol no solo es un gran escritor sino que lo fue desde su primera obra, El peso de los muertos --de pronta re-edición al cumplirse el décimo aniversario de su primera publicación--, y su forma de jugar con las palabras y de expresar los sentimientos y las acciones de sus personajes y de sus narradores omniscientes le convierten también en un consumado poeta.
Eso sí, el hecho de haber sido durante unos años mosso d´esquadra le ayuda a narrar determinadas partes de sus historias. Las más técnicas, si se me permite la expresión. De la misma manera que su experiencia --más breve, es cierto-- como seminarista le capacita para conocer a la perfección aspectos más humanos, como el dolor, su alma enferma, las mochilas repletas de traumas que todos debemos arrastrar y nuestro afán por dejar atrás el pasado --aunque él mismo reconoce que no se puede huir de lo que se es-- y vivir a pesar de tan pesada carga. Porque, pese a que borrar el pasado es imposible, los humanos nos empeñamos en empezar de cero, en dejar de lado la memoria y buscar una redención que nos permita seguir nuestro camino.
Aunque ese camino nos lleve al mismísimo fin del mundo. Tal y como les ocurre a varios personajes de La víspera de casi todo: Paola, Mauricio, Dolores y Germinal. Las historias, personales y familiares, de todos ellos convergen en A Coruña, más concretamente en Costa da Morte, justo en el fin del mundo. Lugar en donde se proponen huir de un pasado del que no se puede huir. Pero, para invitar al lector a entender la historia --o, mejor dicho, el conjunto de historias que componen la novela--, se sirve el autor de otro componente que domina al detalle: la disección psicológica de cada uno de sus personajes. Sus pasados, sus dolores, sus traumas, sus memorias, sus anhelos, sus contradicciones y sus mundos interiores, en suma, se van completando a base de diferentes oleadas que se suman a las anteriores para componer un todo.
Del Árbol obliga al lector a ser curioso, a investigar el carácter y la psicología de cada personaje, a buscar la raíz de sus males e indagar acerca de cuáles serán sus comportamientos futuros. Así, le cuesta abandonar la lectura. Porque quiere saber más. Porque desea conocer aquello que el narrador sabe y se niega a compartir con él hasta que lo considera oportuno. De esta manera, de su mano, sufre y disfruta por igual. Sufre porque empatiza con el dolor de cada personaje; disfruta porque, como he dicho al principio, Del Árbol se convierte por momentos en un mago de las palabras.
En La víspera de casi todo encontramos a cinco asesinos, tres de los cuales lo son múltiples. Desde pederastas hasta violadores; desde torturadores hasta justicieros; desde enfermos mentales hasta asesinos circunstanciales. Los cinco se crean sus propios fantasmas interiores. E, incluso, aparece un fantasma. Un fantasma de verdad. Y, también los cinco --y sus familiares y conocidos--, deben aprender a convivir con su pasado, con su memoria. Memoria entendida de forma individual, aunque también existe la otra, la colectiva, la que nos pertenece a todos como individuos que vivimos en sociedad.
Me refiero a la memoria histórica, aspecto tan de moda y que tanto preocupa a Víctor del Árbol. Mauricio es argentino y ha estado encarcelado; Germinal es hijo de un guerrillero que acabó en la cárcel primero y en un manicomio después; Dolores es portuguesa; y Oliverio, como Mauricio, es argentino y ha vivido en su pasado en la Alemania de la segunda posguerra. Y nada es casual sino premeditado: el autor aprovecha estos aspectos para denunciar los excesos y torturas de las dictaduras argentina, portuguesa y española. Dictaduras que sembraron futuras almas enfermas, algunas de ellas mentales --síndrome de Williams, autismo, desdoblamiento de la personalidad--, que aparecen en ciertos personajes.
Uno de los temas que trata la novela es, pues, el existencialismo. Un existencialismo que a menudo busca la redención para poder empezar de cero y, en otras ocasiones, alejar la fatalidad de manera que permita seguir hacia adelante a pesar de todo. Lo cual nos lleva a otro de los temas que aquí cobra importancia: la facilidad con la que los humanos juzgamos a los demás sin conocerlos ni a ellos ni a sus circunstancias. No es de extrañar que, ante este hecho, a veces las únicas salidas sean la huida, el suicidio o el asesinato. ¿Por qué no te pegas un tiro si tan insufrible te resulta la realidad?, le pregunta un personaje a otro. La vida carece de sentido pero queda la obra de vivirla. Y ese es tu acto de rebeldía contra la irracionalidad: vivirla a pesar de todo, le responde el otro.
La víspera de casi todo es otra gran novela de Víctor del Árbol. Superar su anterior obra, Un millón de gotas, parecía un reto imposible de alcanzar. Y, sin embargo, lo ha conseguido. O, como mínimo, lo ha igualado. Pocas veces un Premio Nadal ha sido tan merecido. Porque este autor, que fue seminarista primero y mosso d´esquadra después, ha sido y será escritor desde siempre y para siempre. Con o sin reconocimientos en forma de premios...