LIBROS

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lunes, 19 de octubre de 2015

Carta a Saoret. Hace un año



     Hace un año. Hoy. 365 días. Ni uno más ni uno menos. Tal día como hoy, hace un año, cogiste tu bicicleta y escalaste el puerto más duro que existe. Ese que todos, antes o después, escalaremos aunque no queramos. Pero tú, Saoret, lo hiciste antes de tiempo. Demasiado pronto. Y encima así, sin avisar. Sin tiempo para despedirnos. Sin tiempo para digerir la idea de tu partida. La realidad, por cruda que sea, de tu viaje sin retorno. Pero tranquilo: no estoy enfadado contigo sino con la injusticia de la vida. Porque lo que te ocurrió es algo que jamás podré explicarme. Como tanta y tanta gente.

     No sabes las veces que he pensado en ti durante este último año. Quizás más que si todavía estuvieras entre nosotros. Así somos las personas. Echamos de menos a la gente cuando se va. Sobre todo si se va para siempre, como en tu caso. Pero es que teníamos tantas comidas y cenas por compartir, tantas conversaciones por mantener, que me parece increíble que ya no vaya a poder verte ni hablarte nunca más. Por eso te escribo. Hoy. Cuando se cumple un año desde tu fuga de esta vida.

     Dejaste algunas obras inacabadas. Lo sabes. Como ese blog en el que comenzaste a escribir y en el que pretendías dar a conocer la historia y los lugares a visitar de tu querida Oliva natal. Cómo querías a tu pueblo. ¡Y cómo te ponías cuando lo criticaba alguien! Me gustaba decirte que era una mierda de pueblo. No porque lo piense, sino por hacerte rabiar y reírme con tu reacción. La gente que defiende de esa manera a su pueblo es digna de elogio. Porque no hay ninguno perfecto, pero eso es precisamente lo más destacable: adorarlo a pesar de sus imperfecciones. De eso tú sabías mucho.

     Tu colección de libros, cds y dvds también quedó incompleta. Siempre me impresionó ver las estanterías de aquel cuarto repleto de cultura, arte y sentimiento. Porque tú sentías, Saoret. Y sabías transmitir a los demás esos sentimientos. Aunque a veces intentaras no ser tan transparente. Uno de los recuerdos más nítidos que guardo de ti era tu cara cuando veías a algún amigo: esa sonrisa y esos ojillos picarones. Incluso mi hijo, que apenas te conocía y que solo tenía seis años hace un año, se acuerda de ti. De las bromas que le gastabas cuando te pedía las palomitas en el cine. O de cuando le ponías la mano para que te la chocara. Porque tú dejaste huella en todas las personas a las que conociste. Eras de esa clase de personas que no dejaba indiferente a nadie. Lo cual te pasó factura en ocasiones.

     Recuerdo mil y una anécdotas del cine. Del Box. De los ABC. De Plaza Mayor. De La Vital. De los compañeros que nos vieron trabajar y reír por igual. De llamarnos de todo. Porque nos decíamos de todo menos bonito. Pero con cariño. Con confianza. Con la complicidad surgida del compañerismo de haber librado tantas y tantas batallas contra los elementos. Recuerdo aquel septiembre en el que ambos trabajamos sin descanso porque el resto de acomodadores estaban de exámenes y debíamos hacer sus turnos. Recuerdo lo que nos costó cobrar parte de todas aquellas horas extra que se negaban a pagarnos. Recuerdo cómo nos cobramos por nuestra cuenta el resto. Y recuerdo cómo decidimos dejar aquel lugar juntos, con una despedida apoteósica - con el beneplácito del resto de compañeros, eso sí -, para irnos, de nuevo juntos, al cine de la competencia. Algún que otro personaje acabó con úlcera de estómago. ¿Te acuerdas? 

     ¡Cómo odiabas las injusticias! ¡Cómo luchabas contra ellas! Quien te conoció no podrá jamás dudar de tu falta de implicación social. Verde, valencianista y sindicalista. Te metías en todos los fregaos habidos y por haber. Y en todas partes dejaste tu impronta. Y en todas partes lloraron tu partida. Lo cual se notó en tu entierro. No he visto uno igual en mi vida. Una gran multitud, proveniente de todos los sectores, extractos sociales y políticos: miembros de tu partido, de tu sindicato y de las empresas por las que fuiste pasando durante tu vida laboral. En todas partes dejaste amigos. Y esos amigos nos consolamos los unos a los otros para intentar llevar de la mejor manera posible la ausencia de alguien como tú.

     Recuerdo las discusiones sobre temas  políticos, deportivos y hasta musicales. Eras un defensor de tus gustos. No olvidaré aquel concierto de Jarabe de Palo en Oliva. Te encantaba Pau Donés. Y me quedo con tu interpretación - porque, entre otras muchas cosas, siempre fuiste un artista, carne del mundo de la farándula (¡jajajaja!) - de muchas de sus canciones. Como Bonito. Y siempre era una incógnita saber con qué aspecto aparecerías: desde melena bisbaliana hasta rapado tipo Kojak, pasando por pelopincho espinetil. ¡Ah! Otra cosa que tampoco olvidaré nunca es la montaña de escombros de restos de gamba en tu plato en la noche de mi boda. ¡Cómo te gustaba comer! ¡Qué manera de engullir! Nunca supe dónde metías toda aquella comida.

     Hace un año. Hoy. 365 días. Ni uno más ni uno menos. Tal día como hoy, hace un año, nos dejaste el alma partida. A muchas personas. Quizás más de las que tú mismo habrías imaginado. Y todavía te recuerdo - y recordaré - cada vez que paso por la esquina de tu calle en Oliva, cada vez que voy al cine, cada vez que estoy o paso por alguno de los lugares que nos vio juntos, cada vez que tengo un problemilla informático - precisamente, nuestra última conversación telefónica fue debida a uno de ellos -, cada vez que veo o estoy con algún amigo común. Eras grande, Saoret. Y no lo digo solo por tu tamaño corporal. Dejaste huella en mí. Y en muchas otras personas. Por eso, hoy, un año después, necesitaba escribirte unas líneas para notar un poco menos el vacío de tu ausencia. Que tengas un buen día. Allá donde estés. Y, ¡cómo no!, hasta siempre, mala puta...