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lunes, 17 de marzo de 2014

Quedaos en la trinchera y luego corred. John Boyne. Nube de tinta. 2013. Reseña





     Como ya ocurriera con El niño con el pijama de rayas (2006) el irlandés John Boyne vuelve a cautivarnos con una historia que mezcla los dos mayores poderes conocidos: el amor y el odio. Y lo hace mediante una historia sencilla, con un lenguaje llano y unos personajes que se convierten en entrañables según vamos conociéndolos al ir leyendo su historia. ¿Para qué cambiar una fórmula que convirtió en best-seller a aquella maravillosa obra contextualizada en la Segunda Guerra Mundial?

     En  Quedaos en la trinchera y luego corred Boyne nos vuelve a llevar a una época de guerra, en este caso la Gran Guerra, conocida por todos nosotros como la Primera Guerra Mundial. Una conflagración que conoció los primeros grandes horrores de destrucción en el pleno sentido de la palabra. Una época que en esta novela queda muy bien reflejada. Del contexto me quedo con cuatro aspectos a destacar. 

     El autor describe a la perfección el odio hacia el extranjero en el Londres de 1914-19. Tema magníficamente reflejado en las figuras del señor Janacek y su hija Kalena. El padre, nacido en Praga (en pleno Imperio Austro-húngaro), lleva muchos años afincado en la capital del Imperio británico; la hija, plenamente inglesa, nacida en la misma Londres. Ambos son conducidos a la isla de Man al poco de iniciarse el conflicto bélico.  

     También aparece en la novela el inicio de la lucha de las mujeres por alcanzar el derecho al voto. El movimiento sufragista europeo comenzó en la época retratada. En el libro se llega a observar el deseo de Kalena, la mejor amiga de Alfie (el gran protagonista, del cual hablaré a continuación), de llegar a ser algún día Primera Ministra. Nada más y nada menos.

     En torno al conflicto se desarrolló también el movimiento objetor de conciencia, es decir, el tomado por un sector de la población que no quería matar a un enemigo invisible al que ni siquiera conocía; el que pensaba que la violencia no era el mejor modo de resolver los problemas del momento. Joe Patience, el mejor amigo de Georgie Summerfield, el padre de Alfie, representa esta tendencia. El pobre Joe sufrirá la constante humillación de una población que entendía que el deber de todo hombre en edad y estado óptimos era defender a su bandera por encima de su propia ideología.

     Las enfermedades mentales como consecuencia de las atrocidades vividas por los jóvenes en el frente es otro aspecto que me gustaría destacar. Algo que se entendería mejor mucho más tarde, en guerras como la II Guerra Mundial, Vietnam, Corea o Irak, todavía no entraba en la cabeza de las gentes de hace un siglo. Para ellas, se trataba, más bien, de una excusa para no volver a la lucha y defender a su país. En definitiva, como un acto de cobardía y traición. Y todo ello, para desesperación de los doctores de la época, impotentes e incapaces de hacer ver a sus gobernantes y conciudadanos la magnitud de tales males, conocidos como neurosis de guerra.

     Como he dicho con anterioridad los personajes se nos hacen entrañables. Sobre todo Alfie y sus padres, Georgie y Margie. El pequeño recuerda su quinto cumpleaños, no celebrado al coincidir con el día de la declaración de guerra. Sin embargo, irá creciendo y tomando responsabilidades, incluso económicas, para ayudar a su madre a mantener la casa en que viven mientras Georgie está en el frente. Su historia de maduración acelerada y forzada conmueve al lector, repitiendo el patrón de El niño con el pijama de rayas. Su amor hacia sus progenitores es una de las bases de esta historia, sin duda. Y su trabajo como limpiabotas, que es duro y divertido a la par, le permitirá, por accidente, averiguar la verdad sobre la situación que vive su padre.

     Margie debe redoblar sus esfuerzos en todos los sentidos. Por un lado, trabaja como una mula para poder llevar adelante su casa (gracias también a la abuela Summerfield, su suegra) y a su hijo Alfie. Además, debe llevar oculta la realidad de la situación por el bien de su hijo: su papá está en una misión secreta y no puede volver ni escribirles por el momento. ¿Y Georgie? El padre de Alfie es un claro ejemplo de responsabilidad, tanto individual como colectiva. Antepone el bien común al personal y se alista como voluntario el primer día de la guerra. Su relación con su hijo constituye otro de los puntos álgidos de la novela.    

     Si bien el libro no emociona tanto como la obra anteriormente reseñada del mismo autor sí consigue conmover y conmocionar al lector. Sobre todo con un final repleto de sinceridad y amor. Uno de esos finales que te dejan con un nudo en el estómago y que te invitan a dejar caer alguna lágrima. Una novela, en definitiva, para disfrutarla hasta su última página...y más allá.