De vez en cuando es conveniente y necesario recuperar viejas obras de los grandes clásicos de la literatura española. Miguel Delibes estuvo cincuenta años publicando un sinfín de obras. La que me dispongo a reseñar fue escrita en 1973, justo hace cuarenta años. El genio de Valladolid escribió su undécima novela poco después de ingresar en la Real Academia Española de la Lengua, en el momento de su mayor apogeo literario.
En ella cabe destacar, entre otros, dos aspectos que caracterizan también la mayoría de sus narraciones: el estricto realismo de cada una de sus páginas y el estudio milimétrico de la psicología de los personajes. Las 186 páginas que la componen narran un día en la vida de Quico y su familia, concretamente, el tres de diciembre de 1963. Salvo en un par de escenas (una en una tienda de la misma calle y otra en el médico) el escenario donde se desarrolla la acción se circunscribe a la casa familiar.
La ambientación es formidable, destacando el mobiliario de la cocina, con el calentador de agua como gran estrella; diversos objetos, como el tocadiscos alrededor del cual los hermanos mayores de Quico bailan el twist; el lenguaje de los personajes; la manera en que los mayores guardan las apariencias; y la religiosidad imperante en la casa.
Delibes nos cuenta los hechos acaecidos durante la jornada mediante un narrador externo en tercera persona. Este se centra en la figura de Quico, el gran protagonista de la acción. La familia es una de las acomodadas de la ciudad, llegando a contar hasta con tres asistentas (la Vítora, la Domi y la Seve). Quico tiene cuatro hermanos mayores y una menor (Cristina), la cual centra las atenciones de los mayores. De ahí el título, sin duda. Quizás la única crítica que le haría a Delibes respecto a esta novela es la excesiva madurez de su protagonista. Se nos dice que tiene tres años de edad, algo bastante difícil de entender por los diálogos, los pensamientos y las acciones del mismo.
Básicamente, dividiría la obra en dos partes bien diferenciadas: mañana y tarde. La hora de comer marca el paso de una a otra. La pelea entre Papá y Mamá, en la parte central de la acción, nos explica algunos aspectos que hasta entonces no se habían aclarado, a la vez que nos presenta otros que serán desarrollados a continuación. El matrimonio, con seis hijos, algo nada extraño en aquella época, hace aguas desde hace tiempo. Pero, como se ha dicho más arriba, las formas y las apariencias debían ser guardadas de puertas hacia afuera.
La llegada de los hermanos mayores de Quico, que ya han acabado las clases, otorga mayor variedad de temas a la trama. Incluso acelera la lectura de la obra (si bien estamos ante un libro de esos que se leen en dos o tres sentadas). La inocencia del pequeño marca muchas de sus acciones a lo largo de la novela. Si embargo, sus ansias de ser mayor le acercan a Juan, el más próximo a él en cuanto a edad. E incluso le llevan a querer formar parte de la educación de Cristina, que apenas cuenta con un año de edad. Eso sí, una de las partes más importantes de la trama es la que hace referencia al hecho de querer llamar la atención para reclamar el trono perdido con la llegada al mundo de la pequeña.
Como buen descriptor de la realidad que fue el vallisoletano, aquí deja claros reflejos de la misma: el autoritarismo del cabeza de familia, la sumisión y el quemazón de una madre agobiada ante el hecho de tener que criar prácticamente sola (pese a disponer de la ayuda de sus tres sirvientas) a sus seis hijos, el despertar a la vida de los más mayores, las relaciones extra-matrimoniales como vía de escape a la triste realidad, la guerra en el norte de África, etc.
En 1977 Antonio Mercero adaptó la novela al cine bajo el título "La guerra de papá", que fue interpretada por Lolo García, Teresa Gimpera y Vicente Parra, entre otros. Quizás muchos recuerden aquellas escenas en las que el pequeño y revoltoso Quico gritaba aquello de "mierda, cagao, culo". Pese a tener un gran éxito comercial en su día, basta una nueva revisión para pensar que está sacada del baúl de los recuerdos...