Emilio Alberto Aragón Bermúdez. Nacido en Carmona, Sevilla, hace 83 años. Miliki para los amigos. Todos esos niños menores de 45 años que crecimos con él y sus hermanos Gabriel (Gabi) y Alfonso (Fofó). Todos esos que fuimos creciendo y dejando de lado aquellas canciones que tantas y tantas veces nos hicieron reír y emocionarnos en nuestra infancia. Hasta que crecimos tanto que, como en mi caso, nos convertimos nosotros mismos en padres de otros niños que crecen con las canciones de "los payasos de la tele".
Sí, ya sé que ahora quienes se han convertido en ídolos de nuestros hijos son los "Cantajuegos". Pero, siendo sincero, éstos no dejan de ser de alguna manera "hijos" de aquellos, los originales, los primeros, los auténticos payasos que hicieron que cada tarde de sábado - creo recordar que eran esos los días en que se colaban por todas las teles del país - fuera mágica durante bastantes años.
Recuerdo perfectamente aquella época, a principios de los 80. Fue cuando murió el gran Charlie Rivel (probablemente el mejor payaso de todos los tiempos). Y aún me parece ver, ya entre las tinieblas que nos dejan el paso de los años, a otros personajes realmente entrañables, como el mismísimo Torrebruno. Y, por supuesto, a Gabi, Fofó y Miliki. Bueno, realmente a Fofó no lo recuerdo - murió en 1976 y no me dio tiempo a conocerlo -, pero sí a Fofito, su hijo, sobrino de Miliki y primo de Milikito, Emilio Aragón.
Aquellas tardes de sábado, como digo, eran mágicas gracias al circo en el que reinaban "los payasos de la tele". Los payasos de ahora ya no son como los de aquella época. Los niños tampoco, eso es cierto. Sin embargo, la ingenuidad, tanto de unos como de otros, permitía una conexión mucho mayor, mucho más directa y auténtica. Por supuesto, no todo estaba tan preparado de antemano como en la actualidad, lo que contribuía a que la relación fuera mucho más desenfadada gracias a la improvisación.
Mi hijo está creciendo muy feliz, a Dios gracias. Y los "Cantajuegos" forman parte de su vida como Miliki y sus hermanos, hijos y sobrinos lo hicieron de las nuestras. De la misma manera que nosotros nos sabíamos de memoria todas las canciones de aquellos payasos nuestros hijos cantan también las nuevas canciones infantiles de moda. No obstante, todavía guardo una copia de una grabación de "los payasos de la tele". Y sí, algunas de las canciones se repiten. Un día mi hijo me dijo al escuchar una de ellas, titulada "Un barquito de cáscara de nuez" - porque se la pongo de vez en cuando, por supuesto -: "¡Papá, esa canción es del Cantajuegos! ¿Por qué la cantan estos otros?". Y yo le respondí: "Esta canción la cantan en el "Cantajuegos", pero no es suya, sino de estos payasos que estás escuchando ahora". Me miró sin entender, como es lógico, pero se puso a cantarla.
Aquel circo desapareció de la tele y de nuestras vidas, pero no para siempre. La semana pasada, sin ir más lejos, visitó mi ciudad el "Circo Alegría", propiedad de la familia Aragón. En él, ahora, reinan los payasos conocidos como "los Gabytos". Aunque la maldita crisis económica que nos azota no me permitió poder llevar a mi hijo a una de sus funciones me emocioné enormemente al comprobar que aquello que alegró mi más tierna infancia sigue adelante, aunque sea de una manera menos impactante y mediática a nivel sociológico.
Y ahí es adonde quería llegar en este artículo. Como Charlie Rivel, Torrebruno, Fofó y Gabi, tampoco Miliki morirá del todo nunca. Porque forma parte de nuestras vidas, más o menos directamente, y ello los hará, a todos, inmortales y eternos. Incluso a través de nuestros hijos, nietos, etc. Porque quienes trabajan por sacar unas sonrisas de las almas inocentes que son todos los niños del mundo estarán vivos por y para siempre. Y los necesitamos. Quizás, ahora más que nunca...