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lunes, 20 de noviembre de 2023

Un amor. Sara Mesa. Anagrama. 2020. Reseña

 




    En septiembre de 2020, durante los últimos coletazos de aquel extraño verano pandémico de aislamiento, soledad y nueva realidad, vio la la luz Un amor, la novela de la escritora madrileña Sara Mesa. Una historia que, desde la misma portada --la ilustración Chica buscando, de Gertrude Abercrombie, 1945--, nos muestra la imagen de una mujer errante y meditabunda en un mundo solitario, raquítico y casi desértico. En la novela, esa chica se llama Natalia, aunque se hace llamar Nat. Y ese mundo solitario es La Escapa, un pequeño núcleo rural dependiente de Petacas al que la mujer, joven e inexperta traductora, acaba de mudarse huyendo de una ciudad no menos agobiante para ella. Una mujer que robó algo en su anterior trabajo y que, tras ser pillada y perdonada, no pudo aguantar la vergüenza y acabó prefiriendo irse de allí y buscar un lugar tranquilo y barato en el que seguir con su vida. Una vida llena de dudas, inseguridades, obsesiones y una especie de auto boicot.

    Así, llega a La Escapa, donde el imponente monte El Glauco se acabará convirtiendo en el único sitio en el que oxigenarse en un lugar que acabará oprimiendo y confundiendo más todavía a una joven que terminará por enfrentarse no solo al entorno y a sus vecinos --su abominable casero, Píter el hippie, Andreas el alemán, la chica de la tienda, la joven familia que llega cada fin de semana y Joaquín y la vieja demente Roberta, antigua maestra de la escuela de Petacas--, sino también a sus propios fantasmas y fracasos. Y es que la aparente normalidad con la que todos la acogen en un principio va dejando paso a la incomprensión y la extrañeza --en este caso, mutua--, lo cual situará a Nat en una situación muy complicada, repleta de silencios, equívocos, tabús, prejuicios y transgresiones. En definitiva, a una exclusión e indefensión que llegará a amenazar la propia estabilidad emocional y psíquica de una protagonista que ya había llegado allí tocada. Y, como sus nuevos vecinos, con bastantes prejuicios.

    Estáis hablando en lenguajes diferentes, le dice Píter a Nat en un momento de la historia. Y esa frase, que podría pasar más o menos desapercibida para la mayoría de los lectores es, para mí, la clave de la historia. Porque Un amor aborda un tema complicado de explicar, pero que hace referencia al uso del lenguaje no como forma de comunicación, sino de aislamiento, de soledad y de diferencia. Es cierto: los protagonistas de la historia hablan la misma lengua, pero con un lenguaje que los separa mucho más que los une. Como si fuera posible entenderse pero imposible comprenderse. Un lenguaje que no une sino que separa. Que hace del diferente un enemigo, un transgresor. Y es que los protagonistas acaban por no aceptar la forma de vida de Nat. Pero ella tampoco se integra en un lugar que desde el principio, antes de que haya ocurrido nada significativo, ve como algo peligroso, hostil, diferente. Y, claro, el ambiente se constituye en algo agobiante, lento, opresivo, obsesivo. 

    Nat es una chica muy contradictoria en sí misma. Y se equivoca al elegir La Escapa como su lugar de reconstrucción. Porque allí no encuentra un sitio idílico sino el escenario de una especie de tragedia griega que desde muy pronto se sabe que no va a acabar bien. Algo que queda claro desde la escena en la que el casero, un hombre desaliñado, malhablado, peor mirado --siempre luciendo una especie de sonrisa irónica malencarada--, antipático y machista hasta la médula, la recibe en su nuevo hogar de alquiler y le regala como bienvenida un perro maltratado, al que pone de nombre Sieso, que, víctima de su pasado, huye de ella, se esconde y no hace caso ni de la comida que le pone. Un perro que, como Píter le anticipa a Nat, le va a traer más problemas que satisfacciones. Píter, vidriero de profesión, se erige desde pronto como su defensor y su protector en la comunidad, Al resto, Nat los ve así: ruidosos y desordenados, se parecen extrañamente entre sí.       

    De forma sorpresiva y original, la relación amorosa de Nat que se anticipa ya desde el mismo título de la novela no se da con Píter el hippie --pese a que su cuerpo es atractivo y firme, su robustez resulta indudablemente erótica, es encantador, buen vecino, sabe de libros, música y películas, todo lo que se presupone interesante..., está sorprendida, incluso decepcionada. ¿No iba él a besarla, o a intentar besarla? ¿No trataría de llevársela a la cama? ¿No es lo previsible, lo que se espera de un hombre?--, sino con Andreas el alemán. Y solo es posible debido al estado emocional que atraviesa la protagonista. Porque el 99,9 por ciento de las mujeres se indignarían y no querrían volver a saber nada, nunca más, de un hombre que se ofrece a arreglar las goteras de su casa a cambio de que le deje entrar en ella un rato. Se lo dice así: No eres prostituta, no quiero que pienses que te tomo por tal. Te tumbas y acabo pronto. Solo eso. Hace mucho que no he estado con una mujer. Mi cuerpo lo necesita. Pensé que podría pedírtelo.            

    Sin embargo, y contra todo pronóstico, Nat acepta el intercambio y se deja hacer por Andreas el alemán. Había demostrado sensibilidad. Una delicadeza que no hubiese imaginado en él, con su aspecto rudo y no precisamente sofisticado. Trató de no hacerle daño, yendo despacio. Al recordarlo, todavía siente el calor entre sus piernas, un calor mucho más mental que físico... Y, a partir de entonces, repite cada noche. Nat, la distante, impasible, la brusca Nat, se ha transformado en un ser hambriento. Tanto que tiene que refrenarse para no ir a verlo a todas horas y para no quedarse a dormir por las noches. Y entre ellos comienza una nueva historia. Una historia de sexo, placer, pasión y amor, pero también de dependencia, inseguridad, dudas y desconfianza por parte de ella. Todo ello mientras el resto de vecinos --excepto Píter-- se escandalizan por el tipo de vida de la joven, le hacen el vacío y el ambiente se va enrareciendo cada vez más.

    Y, de nuevo, el carácter de Nat, los fantasmas de su pasado, sus inseguridades, la llevan hacia el precipicio. Entre todas las interpretaciones posibles, siempre escoge la peor. Ni siquiera cuando se convence de que sus ideas carecen de sentido está a salvo. Cualquier variación, cualquier matiz que no hubiese previsto, consigue que se tambalee. Los celos, ese monstruo de ojos verdes, se cuelan hasta en la cama, con su lengua picuda y sus muecas obscenas, inspeccionándolos a ambos para devorarlos, corrompiendo el sentido de sus movimientos, tiñéndolos de suciedad y recelo. ¿Por qué Andreas cierra los ojos cuando está con ella? ¿Es porque piensa en otra? ¿Porque recuerda a su joven exmujer? Su desazón no es ya con Andreas, sino con todo el mundo. Así, en el mercado, observa mujeres charlatanas, tenderos deslenguados, niños astutos y tramposos, adolescentes con un brillo arrogante en los ojos, retador. No puede ser tan horrible, se dice. Es ella, su mirada, que está enferma. Ojalá pudiera cerrar los ojos para no ver más.

    Más arriba he hecho alusión a una frase capital, la que le dice Píter a Nat en referencia al lenguaje. También he comentado el hecho de que Nat no sea capaz de integrarse en su nueva comunidad. Pues bien, la otra frase clave de la novela, para mí, es la que le dice Andreas a Nat en otro momento de la historia: aquí nos manejamos con otras reglas. Y tú no las entiendes. No es que no las asumas. Es que eres incapaz de entenderlas. Ambas frases, sin duda los motores de la historia, hablan de las diferencias de moral de los protagonistas de la novela. Y también de las de los lectores. Porque ellos, simples espectadores en un principio, se convierten también en jueces de cada uno de los personajes según avanza la historia. Una historia que se lee rápida pero se abandona poco a poco. Porque al final, son los lectores quienes buscan los porqué de la vida. Sara Mesa nos hace visitar lo más oscuro y profundo del alma humana en esta gran novela. Conociendo a Isabel Coixet, seguro que en su nueva película, basada en esta obra, le da otra vuelta de tuerca a la historia. Habrá que verla...