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lunes, 6 de septiembre de 2021

El hijo del padre. Víctor del Árbol. Destino. 2021. Reseña

 




    La maldad, la desgracia y las maldiciones juegan un papel muy importante en la trama de la última novela de Víctor del Árbol. Como comenta, en varias ocasiones además, Alma Virtudes a lo largo del transcurso de las acciones que componen la historia de El hijo del padre, los hombres de su familia están infectados con el virus de la infelicidad y la autodestrucción. No importaba la generación, ni el momento, al final esa maldición se manifestaba y era una lengua de fuego que abrasaba cuanto tenía alrededor. Justos y pecadores. Todos acababan pagando esa rabia insensata, esa ira contra una vida que nunca era como debería ser. Y Diego Martín, el protagonista principal de la novela, reconoce que su abuela tenía toda la razón. Él, que durante años había tratado de ser diferente a sus progenitores, que había levantado puentes levadizos para que la infelicidad no le alcanzase, vislumbra al fin, apesadumbrado, que era como su padre, como su abuelo. De los que se marchaban, de los que huían.


     El conjunto de historias familiares con las que el escritor catalán teje la trama de su nueva novela arranca en el presente de 2010. Diego ha secuestrado a Martin Pearce, el enfermero de su hermana Liria, ingresada en un psiquiátrico desde hace varios años, lo ha metido en el maletero de su coche y ha conducido más de mil kilómetros hasta la Casa Grande, donde lo ha torturado durante tres días y finalmente  lo ha matado disparándole dos veces en la cabeza. Ahora, él mismo está también ingresado, como su hermana, en una unidad de psiquiatría. Muchas preguntas inquietan al lector desde las primeras páginas. ¿Quién es Martin Pearce y qué ha hecho para que Diego haya acabado de esa manera tan maquiavélica con su vida? ¿Por qué ha conducido más de mil kilómetros? ¿Qué es la Casa Grande y por qué es allí donde mata al enfermero? ¿Por qué está encerrada en un psiquiátrico su hermana Liria? ¿Cómo un padre de familia, esposo y respetado profesor universitario como Diego ha sido capaz de cometer semejante crimen?


    Como en todas las novelas de Víctor del Árbol el autor nos hace recorrer intrincados círculos concéntricos repletos de píldoras informativas, enormes puzzles casi imposibles de resolver y escondidos rincones de las memorias de sus personajes para ir rellenando poco a poco los huecos que nos permiten ir vislumbrando la resolución de cada uno de los enigmas que nos propone desde las primeras páginas. Y lo hace de forma paulatina, contando partes inconexas de las historias, situándonos en lugares tan diferentes como la Siberia de los gulags estalinistas, el norte de África español de época franquista, la Barcelona de la primera década del siglo XX o el Pueblo. Un pueblo sin nombre, situado en la provincia de Badajoz, dominado desde tiempos inmemoriales por la familia Patriota. Asentados en la Casa Grande, los Patriota se erigirán en los archi enemigos de los Martín, la familia de Simón, Antonio y Diego. Tres hombres, abuelo, hijo y nieto, que no podrán ya huir de la desgracia.


    Y si el presente de la historia nos sitúa en la Barcelona y el Pueblo de 2010, el pasado más remoto nos hace retroceder en el tiempo hasta el Pueblo de 1936, justo al momento del golpe militar y del inicio de la Guerra Civil. Las diferencias políticas y económicas y un acercamiento amoroso entre un miembro de cada una de las familias reseñadas desembocará en el comienzo de la desgracia de la familia menos poderosa, la de los Martín. Simón, abuelo de Diego, deberá huir de España y acabará en el frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial. Y terminará, por rocambolescas vicisitudes de la vida y de la mala suerte, en un gulag de Siberia. Desde 1936 la vida familiar de los Martín ya no será la misma. Ni siquiera dos generaciones después. Tampoco en el otro extremo del país. Porque el lugar no es lo más importante. Nunca. Sobre todo cuando uno tiene cuentas pendientes con demasiada gente. Incluso con uno mismo.


    El miedo --un hombre sin miedo dejaría de ser humano, escribe el propio Diego en su diario durante su estancia en el psiquiátrico--, los traumas y las huidas hacia adelante --de Simón, de su hijo Antonio y de su nieto Diego--, las malas decisiones --¡quien esté libre de pecado que tire la primera piedra!--, el sentimiento de culpabilidad --¡qué difícil resulta a veces perdonarse a uno mismo!-- y la maldad --propia y ajena--, son los principales ejes sobre los que giran las numerosas sub tramas de El hijo del padre. También la desesperanza y la imposibilidad de seguir haciendo frente a la vida debiendo sostener el insoportable peso de la mochila del pasado --el pasado vive en ti pero tú no perteneces al pasado, escribe no obstante Diego en el mismo diario--. Frase lapidaria escrita para el futuro familiar que quizás debería haberse aplicado a sí mismo con mucha anterioridad. Y es que a veces se necesita toda una vida (o incluso varias) para aprender ciertas cosas.


    Las cuatrocientas páginas de que consta la novela se dividen en cuatro partes y en cuarenta y seis capítulos más una introducción y un epílogo. Las cuatro partes --Tierra de barro, Kalinka, Hasta que llueva en el desierto y Liria-- hacen referencia a aspectos y lugares importantes de las diferentes historias como son el Pueblo, Siberia, el Sáhara Oriental y Liria, la hermana enferma de Diego. En efecto, pese a que los distintos capítulos se centran en lugares y épocas diferentes las distintas partes hacen referencia más concreta a esos momentos exactos de la trama. Una forma de ordenar los sucesos más acorde a la cronología lineal con que tuvieron lugar. La parte más extensa es la que hace referencia a las desventuras de Simón en la Siberia de la Segunda Guerra Mundial, mientras que la más corta nos explica la historia que tiene que ver con los años pasados por Antonio en África durante la ocupación española del Sáhara. Tierra de barro hace referencia al Pueblo, básicamente en los hechos acaecidos en él durante el siglo XX, y Liria se ocupa a grandes rasgos de los hechos más actuales en el tiempo.


    El hijo del padre nos habla de cómo a menudo nuestras vidas nos llevan a acercarnos a aquello que odiamos, a aquello que quisiéramos dejar atrás para siempre. O quizás de cómo precisamente somos nosotros mismos los causantes directos de que ello suceda así y no de otra manera. Porque en realidad la línea que divide ambos conceptos --causa y efecto-- es mucho más delgada de lo que quisiéramos. También de que a veces las cosas y las personas no son o somos como parecen o parecemos. Y de que puede darse la situación de descubrir la verdad --si es que esta en realidad existe-- de la peor manera posible. Y, por supuesto, de que llega un momento de nuestra vida en que debemos dejar de ver los sucesos de nuestra niñez con la mirada del niño que fuimos para verla con nuevos ojos, los de la adultez de aquellos que fueron nuestros progenitores. Pero, sobre todo, nos habla de que escondernos en nuestras propias mentiras --o en las de los demás-- no suele tener consecuencias positivas. Ni para nosotros ni para quienes nos rodean.


    Víctor del Árbol posee muchas cualidades literarias. La mayor de ellas, en mi opinión, es la gran capacidad que tiene para transmitir los pensamientos, las frustraciones, las luchas internas y el dolor que sienten sus personajes. Desde esa abuela impotente ante tanta tragedia como es Alma Virtudes hasta la progresiva transformación de Diego en un criminal sin escrúpulos. Resulta tan dramático (a nivel de trama) como admirable (literariamente hablando) observar cómo un hijo de la emigración, un hombre que se ha hecho a sí mismo renunciando a sus orígenes y familiares va sucumbiendo a esa incapacidad de liberarse de un pasado que le persigue en el tiempo y en el espacio. Lo que pasó entre él y su padre, entre su familia y la Patriota nos es mostrado sin prisa pero sin pausa de una manera tal que el lector cree vivir in situ las diversas situaciones narradas. Y sufre. Y disfruta. ¿Cómo se puede calificar un libro que hace sentir a los lectores sentimientos tan enfrentados a la vez? ¿Qué tienen esos libros que al ser terminados de leer dejan al lector en silencio durante minutos? Es difícil de explicar, la verdad. Así que mejor leed El hijo del padre y comprobadlo por vosotros mismos.