El autor extremeño Víctor Fernández Correas se aventuró en el mundo de la autopublicación a principios de verano de la mano de esta antología de relatos escritos durante los últimos años. Al escritor de La conspiración de Yuste (2008), La tribu maldita (2012) y Se llamaba Manuel (2018) le apetecía ver publicados sus relatos y vivir en primera persona los entresijos de la autopublicación, así que, consciente de la cada vez mayor dificultad a la hora de encontrar una editorial que apueste por la edición de libros de relatos, vio la ocasión propicia para darse el gusto y probar nuevas experiencias. El resultado es esta recopilación de historias cortas cuyo título, La vieja calle donde el eco dijo, proviene de una de las estrofas de la famosa canción Volver, del cantante argentino Carlos Gardel, considerado por muchos como el padre del tango.
No es ni mucho menos una casualidad que el título haya sido tomado de una canción. Cualquier seguidor de Víctor sabe que es un gran amante de la música. De muchos de sus estilos, además. Y buena prueba de ello es la banda sonora de esta recopilación. Tanto es así que el propio autor hizo pública una playlist en la plataforma Spotify con los temas y artistas que aparecen citados en los textos aquí presentados (https://open.spotify.com/playlist/3fmQ557bUOSZkN0RtCBETO). Por experiencia propia puedo asegurar que es una delicia leer los relatos a la vez que se escuchan los temas referidos en cada uno de ellos. Si solo a través de los textos de Fernández Correas ya se disfruta, con el acompañamiento de Leonard Cohen, Gloria Lasso, Mecano, El Último de la Fila, Charles Aznavour, Artie Shaw, Baccara o Frédéric Chopin la experiencia se ve ampliamente mejorada y completada.
La vieja calle donde el eco dijo está compuesto por veintisiete relatos de no más de cinco páginas cada uno. Desde su espectacular portada nos invaden la nostalgia y la melancolía. Y es que una noche oscura y una calle desierta nos sugieren el ambiente ideal para escuchar los ecos de nuestro pasado, tanto el individual como el colectivo. Y de ello tratan básicamente la mayoría de los textos de la antología. Casi todos sus protagonistas --podríamos perfectamente ser yo, que te escribo, o tú, que me lees-- soportan sobre sus hombros los inmensos pesos de unas mochilas --unos hechos de su pasado personal o familiar-- que a veces resultan insoportables de sobrellevar a través de los años que componen sus existencias. Porque, como sucede en la vida misma, cada uno de nosotros hemos de cargar con nuestros errores y el resultado de estos. Sean los que sean.
Bares --qué lugares, tan gratos para conversar, que cantaban los Gabinete Caligari-- de todo tipo, hoteles --y hostales y pensiones--, costas del Mediterráneo --este y sur peninsulares--, calles oscuras, fenómenos extraños o paranormales, música -- también a piano y flamenco salvaje--, hombres, mujeres, historias cotidianas --pérdidas, reencuentros, amores interrumpidos y recuperados, desamor, dramas, separaciones, esperas infinitas, casualidades de la vida, promesas malditas, búsquedas, redenciones, viajes interiores-- y gente de todo tipo --anodina, feliz (a su manera), con suerte, sin suerte--, infidelidades, falsas apariencias y mil y una lecciones de vida forman parte de estos veintisiete relatos que componen un mural de lo que es realmente nuestra forma de ser y desarrollarnos a través de los años de nuestra estancia en estas tierras que, sin duda, nos sobrevivirán.
Comenta el autor que su relato preferido es el quinto, El coño de la Reme, porque, lo aúna todo: la alegría de vivir, la necesidad de compartir esa alegría con los demás; y, de puertas para dentro, esa pena que creemos guardar en lo más profundo de nuestros sentimientos, pero que, por cualquier razón, aflora cuando menos lo esperamos. Añade que todos los relatos que componen esta recopilación --tiene muchos más que no encajaban en la temática de La vieja calle donde el eco dijo-- dejan un poso melancólico, de lo que fue y no pudo ser. Es esa vida que todos hubiéramos querido vivir y que quedó en el camino, esos momentos casi anecdóticos que, una vez pasado el tiempo, se manifiestan en toda su grandeza y nos revelan lo efímero de la vida, de sus momentos. La vida es como una botella de nuestra bebida preferida, y la mejor manera de disfrutarla es bebiéndonosla de un trago. Y cuantas más botellas, mejor.
Mi favorito, en cambio, es el séptimo, El vaso de whisky de Don Leonardo. Porque, aunque Víctor y servidor compartimos varias cosas en nuestras vidas --ambos somos del Atleti (el más que yo) y ambos escribimos (él mejor que yo)--, una de las más destacables es el amor hacia la obra de Leonard Cohen, el genial cantautor, poeta, novelista y humanista canadiense. Y el referido relato es todo un homenaje a una de esas figuras que de no haber existido per se alguien debería haber creado de alguna otra manera. El protagonista se llama Lorenzo, pero todo el mundo lo conoce como Don Leonardo porque viste como el famoso cantante, se conoce sus canciones, las canta y susurra de maravilla con una voz ronca muy similar a la suya --imposible igualar la original, por descontado--, es un bebedor empedernido de whisky, un notable fumador y un gran cortejador de mujeres. El caso es que al narrador del relato en cuestión le da --y gratis, además-- una lección que este jamás olvidará y que cambiará su vida.
Otros relatos que me gustaría destacar aquí son: Un bar al pie de la muralla, La calle donde mueren los que matan y El piano de Alicia, por su sorprendente, interesante y pertinaz componente paranormal; Las lágrimas de la gitana, El día que ese caño deje de manar y Una taza de té, porque demuestran de lo que somos capaces de hacer las personas por amor; Los enamorados, La pena de la sombra y Una copa de treinta euros, que nos hablan de la pena, el dolor y la rabia que nos pueden llegar a causar el desamor y la pérdida; Lluvia con sabor a reencuentro, Una ventana al mar y Beguin the beguine, porque a veces la casualidad hace posible lo que parecía imposible; y La ilusión de un penalti, El desconocido del mar y Aquel tipo enclenque del banco, que nos demuestran cuándo merece la pena (y cuándo no) jugarnos la vida por perseguir la felicidad.
Conociendo el hecho de que Víctor Fernández Correas guarda todavía unos cuantos relatos en el disco duro de su ordenador e imaginando que, a buen seguro, irá escribiendo más según pase el tiempo, cabe esperar, dentro de un tiempo --el que él considere oportuno--, una segunda recopilación o antología. Estaremos atentos a ello, pues, mientras esperamos la publicación de alguna otra novela suya. Desde aquí, para finalizar, solo me quedan por decir dos cosas: felicitar al autor (espero esa segunda recopilación) y hacerle una observación: los buenos relatos sí pueden tener la ocasión de ser publicados por alguna editorial algún día. ¡Y estos lo son...!