LIBROS

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lunes, 3 de diciembre de 2018

El balcón en invierno. Luis Landero. Tusquets Editores. 2014. Reseña





     Cansado de escribir ficción, y con una nueva novela comenzada y abandonada al poco tiempo, Landero (Alburquerque, Extremadura, 1948) decidió contar su propia historia: la personal y la familiar a través de los años y los recuerdos de su juventud e infancia. El resultado, El balcón en invierno, una especie de autobiografía a modo de flashbacks en los que narra, con su habitual elocuencia y acierto, las múltiples vicisitudes que terminaron por conformar su personalidad y su valor literario. Una crónica detallada y completa no solo de su vida, sino también de la España (rural y capitalina) de los últimos setenta años.

     Se trata de dieciocho capítulos de una docena de páginas (aproximadamente) cada uno en los que el autor desgrana los momentos más importantes de su existencia. Desde el presente (septiembre de 2013 - marzo de 2014), llega a desarrollar la historia de sus abuelos, remontándose hasta los años veinte del siglo pasado. Las décadas de los 40, 50 y 60 constituyen el eje central de la narración. Una narración escrita sobre una mesa desde la que se ve un balcón. Asomado a él, cuando ya el verano ha pasado y llegan los primeros fríos, le invade la melancolía, el recuerdo de hechos y parientes, muchos de ellos ya desaparecidos de este mundo pero no de su mente, que demandan salir de él y plasmarse sobre el papel.

     Porque, como reconoce el propio autor, todo lo que no se escribe acaba desapareciendo. Así, escribe: caminando por ellos, recuerdo con una tristeza que ya no duele los años en que vivían todos los que murieron y que están ya a punto de volver a morir a manos del olvido. Muertos y rematados... Los que nazcan dentro de veinte o treinta años no llegarán tampoco a saber nada de nosotros. No seremos ni siquiera fantasmas... Pienso entonces que acaso estas páginas puedan servir para que lo vivido no se pierda del todo, y para que algún día los futuros descendientes puedan captar un eco, un destello, de las vidas anónimas de sus antecesores.

     Se arrepiente Landero de no haber escuchado con mayor atención las conversaciones de sus abuelos, padres, tíos, primos y demás familiares durante su infancia y juventud. Y también de no haber preguntado más sobre ellos a las personas que tenían información de hechos y sucesos familiares que desearía poder recordar y contar. Pero llega un momento en la vida en que ello ya no es posible. Y a partir de entonces las dudas, las incógnitas y las incertezas se apoderan de la mente humana. Y de ese hecho nace precisamente la penúltima obra --La vida negociable (2017) es la última hasta la fecha-- de un autor considerado como uno de los referentes de la narrativa española actual.

     De sus padres y su generación, reconoce Landero que no sé de dónde ha sacado esta gente, esta generación infortunada, su temple y su entereza. Una generación, casi dos, que sufrieron la guerra y la posguerra, que vieron truncados sus propios proyectos de vida en plena juventud, que trabajaron como mulas y lo sacrificaron todo para que sus hijos corrieran mejor suerte que ellos y cuya obra, no sé si humilde o grande, es esa, el bienestar de los suyos: esa fue la causa por la que lucharon, y esa su recompensa. Un agradecimiento público total y absolutamente merecido hacia sus y nuestros abuelos y padres. 

     A través de personas como su abuela Frasca--con quien aparece en la foto de la portada--, su primo Paco, sus padres y demás familiares construye el autor un relato vivificador que nos muestra la España rural de hace medio siglo. De su padre recuerda solo sus últimos años, ya enfermo y amargado por lo que podría haber sido su vida y no fue. De su madre, su alegría de vivir a pesar de las múltiples dificultades y de las constantes pérdidas. De su abuela Frasca, que siempre hizo gala de su firmeza y a la vez cariño. De su primo Paco, sus inventos y su conjunta enseñanza del arte de la guitarra. Los viajes del campo al pueblo y la mudanza a Madrid también son aspectos de la narración que conmueven al lector.

     Sin embargo, lo que a servidor más le ha gustado de este libro es cómo cuenta Landero su progresivo aprendizaje sobre el mundo de los libros. Primero, como lector; después, como escritor. Desde pequeñito, su madre siempre dijo que era un mentiroso, que tenía buenas dotes para fabular, imaginar y contar mentiras. Magnífico comienzo para un futuro escritor, sin duda. Así, el autor habla de los poetas españoles, y cita novelas como Madame Bovary, Rojo y negro, El gran Gatsby, La flecha negra o el Quijote. Obras, todas ellas, que le hicieron amar la literatura y le impulsaron a hacerse escritor. Reconocimiento especial, en este sentido, para aquel profesor nocturno que se convirtió en una mano amiga sobre el hombro y que le hizo elogiar el cubil de las palabras

     Unas palabras que se convirtieron, desde muy pronto, en su refugio personal ante las gentes gordas --es decir, personas de posición y adineradas-- del pueblo y de la ciudad, con las que supo de inmediato que jamás trataría. También de esas mujeres que, de igual manera, percibió que jamás tendría. Así, el refugio, el amparo en el hogar familiar y la soledad fueron fraguando la personalidad del joven Landero, que con el tiempo se ha convertido en una de las voces más importantes de la literatura española contemporánea. Así pues, bienvenida sea la nostalgia que se apodera del balcón de este escritor. Gracias a ella, tenemos una joya literaria. Disfrutad de ella... 

     En los libros leídos está la sombra, el rastro de lo que fuimos, los diversos bocetos de nuestro aprendizaje estético y de nuestra evolución vital, los vestigios de ciertos afanes que un día nos conmovieron y con los cuales construimos nuestro modo de ser y de sentir, y lo más valioso y secreto de nuestro bagaje cultural.