Basta una sola tarde-noche para comprobar que la fama de reina del suspense y del misterio que acompaña a Ágatha Christie es absolutamente merecida. Es lo que se tarda en leer las doscientas páginas y pico que forman la obra más conocida de la escritora británica. Nacida en 1890, Christie escribió durante sus 86 años de vida (falleció en 1976) un total de 66 novelas policíacas, seis novelas rosas y catorce historias cortas --para las cuales utilizó un seudónimo, Mary Westmacott-- y algunas obras teatrales (como Testigo de cargo y La ratonera, sin duda, la obra más buscada y difícil de encontrar de esta autora). Personajes como Hércules Poirot, Miss Marple, Tommy y Tuppence Beresford se fueron haciendo famosos a través de la aparición de las novelas de Ágatha Mary Clarissa Miller, nombre real de Christie.
La novelista que más obras ha vendido a lo largo de la historia según el Libro Guinness de los Récords publicó su primera obra, El misterioso caso de Styles, en 1920. En ella apareció por vez primera Hércules Poirot, el archi conocido detective ficticio belga que aparecería en otras 32 novelas más de la autora. En 1934 salió a la luz Asesinato en el Orient Express, su novela más famosa, que nos ocupa en estas líneas. Pero, antes de introducirnos de lleno en ella, he de confesar un pecado personal imperdonable. Es la primera novela de Christie que he leído en mi vida. Como todo el mundo, conocía la figura de la autora --por series, películas y hasta una obra de teatro--, pero no su obra literaria. Algo, repito, imperdonable.
Asesinato en el Orient Express está escrita a la antigua usanza, es decir, siguiendo el esquema literario clásico de introducción, nudo y desenlace. La introducción, o primera parte, lleva por título Los hechos. Como en toda obra clásica, describe la situación de partida (la estación de Alepo, en Siria, y el tren en el que se va a desarrollar la trama), presenta física y psicológicamente a los personajes y narra el asesinato en cuestión. En este caso, el de Samuel Edward Ratchett, un hombre que aparenta ser poca cosa a no ser por su siniestro rostro. Se sabe en peligro de muerte inminente y, al conocer la presencia del prestigioso Poirit --quien regresa a Inglaterra tras resolver un caso en Palestina-- en el tren, no duda en pedirle ayuda. Ayuda que el detective le niega porque no me gusta su cara, monsieur Ratchett.
Poirot dialoga con su viejo amigo monsieur Bouc, director de la Compagnie Internationale des Wagons Lits, y con el dr. Constantine, médico griego que viaja en el mismo vagón que monsieur Bouc. Ambos ayudarán al detective en las pesquisas que llevarán al esclarecimiento del crimen cometido en el Orient Express. Unas investigaciones que no serán en absoluto fáciles y que conducirán al afamado investigador hasta el límite de sus recursos y fuerzas. Y, además, de paso, dará lecciones magistrales tanto a sus acompañantes como a los lectores más atentos. Porque cada diálogo, cada gesto suyo no será casual, sino que buscará sacar información como si de una prospección petrolífera se tratara.
Las declaraciones, o segunda parte, supone el nudo clásico literario. Los tres protagonistas toman declaración a los sospechosos, de todas las edades y nacionalidades posibles, tratando de extraer cualquier detalle interesante con la finalidad de aclarar el caso. Los viajeros del vagón en el que se ha perpetrado el crimen son doce en total, y todos ellos parecen tener una coartada perfecta para salir indemnes de las averiguaciones de Poirot y sus acompañantes. Además, pese a no tener conexiones entre ellos, las versiones de unos corroboran las de los demás, complicando el caso hasta límites insospechados. Tanto que monsieur Bouc y el dr. Constantine están perdidos y solo confían en un milagro y en la astucia de Poirot para resolver el tema.
La tercera parte, Hércules Poirot se sienta y reflexiona, corresponde al clásico desenlace literario. Pistas falsas y reales que deben ser analizadas concienzudamente, diversas contradicciones que van apareciendo y determinados gestos que casi pasan desapercibidos para monsieur Bouc y el dr. Constantine pero no para Poirot llevan a este último a dar por zanjada la cuestión. El final, como corresponde a una obra de estas dimensiones, es realmente inesperado. Un encaje perfecto de intrincadas piezas de puzzle que, de repente, empiezan a acoplarse unas a otras hasta conformar un cuadro espectacular, maravilloso. Un final digno de la gran maestra que fue Christie.
Un asesinato encarnizado --hasta doce puñaladas de diversa consideración acaban con la vida de Ratchett--; un tren legendario --el Orient Express-- atrapado en la nieve durante más de veinticuatro horas en algún lugar de Yugoslavia; unos personajes --los sospechosos-- que parecen no tener motivos aparentes para asesinar pero sí coartadas fiables y contundentes para escapar de toda acusación; y las astutas mentes de Poirot, por un lado, y de Christie, por otro, completan una novela que sigue dando que hablar casi 85 años después de su escritura y publicación. Una obra maestra inmortal del género del suspense policíaco que atrapa al lector, lo marea, lo deja sin aliento, exprime su cerebro y lo desborda hasta la última línea.
Si eres un lector como servidor, pecador literario hasta ahora desconocedor de la obra de esta maestra, debes ponerle remedio de inmediato. Por mi parte, aseguro que no será esta la última obra de Christie que lea. Aunque dicha tarea me cueste horas de sueño. Aunque literalmente me arrastre al día siguiente. Porque nada atrapa más a un lector que una novela negra bien estructurada, narrada y desarrollada. Y Ágatha Christie, visto lo visto, era una auténtica maravilla en el dominio de la pluma.