El peor sufrimiento es aquel que no sirve para nada. La sentencia no aparece como tal en la novela que nos ocupa. Simplemente, es algo que se me ha ocurrido nada más acabar de leerla. Porque resulta imposible no compadecer a Ana, la protagonista de la historia que tan bien nos narra Rafael Chirbes. La buena letra es una novela corta --apenas 130 páginas-- pero intensa. Muy intensa. Una de esas obras que nos tocan el corazón y nos obligan a reflexionar hondamente sobre aquello que acabamos de leer. El genial escritor valenciano nos vuelve a conmover con su característico estilo narrativo: claro, directo y sin artificios.
Ana, protagonista y narradora en primera persona, escribe a su hijo menor, Manuel, sobre la historia de su familia. Una historia que recoge los difíciles años de la II República, la Guerra Civil y la posguerra. Que nos habla no de los grandes acontecimientos históricos de la época sino de una serie de hechos íntimos, cotidianos, familiares que ilustran cómo fue la dura realidad de la mayoría de nuestros ancestros en un momento crucial de nuestra historia. Y Chirbes lo logra contándonos el progresivo distanciamiento de los miembros de una familia que antes era una piña.
Porque La buena letra nos habla de miseria --no solo de la económica--, de soledad --Gloria no tenía maldad sino soledad, le escribe Ana a su hijo--, de culpa --la de quienes la sienten por el simple hecho de no estar encarcelados, como otros familiares o conocidos--, de egoísmo, sueños rotos y heridas que jamás cicatrizan. También de amor --no del amor convencional sino del amor como salvación--, de solidaridad --la existente entre un grupo de gente que debe asumir la situación y luchar juntos para resistir a toca costa--, de la capacidad para vivir con poco y disfrutar de las pequeñas cosas. Y de melancolía.
Qué tiempos más bonitos, cuando estábamos todos juntos y nos reíamos y no nos faltaba lo indispensable, recuerda a menudo el tío Antonio. Afirmación que va en la línea de aquel conocido mantra que dice que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y no le falta razón al tío Antonio. Porque su historia es también la de la mezquindad, la de los problemas acrecentados a causa del silencio y del licor, la del machismo --las mujeres sois todas unas egoístas, le dice su hermano a Ana--, la de la traición y la de la deslealtad. La de los domingos de fútbol --para los hombres--, cine --para las mujeres-- y casino --para los ricos--. La del estraperlo, la cárcel y el Cara al sol.
Como viene siendo habitual en todas las obras de Chirbes encontramos frases para enmarcar, subrayar y recordar. Algunos ejemplos son estos: No sé a quién le escuché decir en cierta ocasión que hay palabras que son de un vidrio tan delicado que si uno las usa una sola vez, se rompen y vierten su contenido y manchan, escribe Ana en relación a las acciones de Gloria que provocaban suciedad y tristeza en el tío Antonio; Cada vez que se iba, llevándose nuestro dinero, nos hacía sufrir, pero era como si se dejara arrastrar por la corriente de un río en el que quería hundirse. Y tu padre se convertía en culpable porque lo rescataba y lo obligaba a vivir. Sí, la culpa caía siempre sobre nosotros, porque no lo dejábamos perderse de una vez para siempre, añade sobre su esposo y el tío Antonio en su época de más depresiones.
La buena letra muestra con toda crudeza cómo el funcionamiento normal de una familia puede cambiar de la noche a la mañana merced a la entrada en la misma de una adevenediza que altera sus bases hasta el punto de incluso acabar con ella. Reproches, rencores, más egoísmos si cabe que llegan a provocar el desahucio de una parte de la familia. La cual puede arrastrar consigo al resto de sus componentes. Hasta un punto en el cual el sufrimiento se antoja estéril, inútil. Isabel, la cuñada de Ana, será esa nuevo miembro familiar que dinamitará los cimientos de todo aquello que tanto había costado levantar en los peores años de la guerra y la posguerra.
Ana escribe desde la madurez de una situación en que la soledad, la melancolía y las ausencias marcan su día a día. Motivo por el cual decide escribir unas páginas a su hijo. Un hijo que se nos antoja el pilar fundamental de nuestra protagonista en los últimos años. En efecto, Ana parece estar presa de una especie de síndrome del nido vacío, algo por desgracia muy común en mujeres cuyas vidas dejan de tener sentido una vez han abandonado sus hijos el hogar familiar para seguir con sus propias vidas, con sus nuevas familias tan recientemente criadas.
La buena letra es el disfraz de las mentiras, afirma Ana en boca de Isabel. Unas palabras dulces que encubren una gran amargura. Ciertamente, la novela no es bella sino muy dura. En ella es casi más importante lo que se deja entrever, lo que se intuye que lo realmente narrado. Un fiel reflejo de una sociedad y una época a través de una pluma seria, original y fuerte que se echa mucho de menos en nuestra literatura actual. Y es que la intención de Chirbes nunca fue escribír bonito sino escribir bien. Y ello se nota en cada una de sus obras. Las de uno de los grandes escritores españoles contemporáneos.