Cuando una novela se le hace a uno corta es que tiene algo bueno, como mínimo. Y Cicatriz, de Sara Mesa (escritora madrileña afincada desde pequeña en Sevilla, autora, entre otras obras, de Cuatro por cuatro (2012) y Mala letra (2016)), tiene mucho de bueno. La novela obtuvo el Premio Ojo Crítico de Narrativa 2015 por ser un libro sensible, oportuno y narrativamente inteligente. Capaz de dar la vuelta al concepto estereotipado de la seducción presentándolo en sus facetas más agrias: la posesión, la vanidad, la necesidad de sentirse fetichizado por el otro o la putrefacción de los amores platónicos. En menos de doscientas páginas introduce tantas temáticas, tantas historias secundarias, tantos matices diferentes que complementan la trama central de la novela que se hace complicado hablar de todo ello en una simple reseña. Lo intentaré, de todas formas.
Cicatriz es, ante todo, una radiografía cruda, muy cruda de la sociedad de consumo y espectáculo actual. De la incomunicación, del aislamiento, de la soledad, del aburrimiento, de la vanidad e incluso de la perversidad. Una sociedad obsesiva, fetichista, perturbadora. Un lugar del que no se puede escapar, que oprime, agobia, asquea. En el que las relaciones cada vez más se van abocadas a la superficialidad de internet, los chats y las redes sociales. En el que la dejadez y la indolencia se convierten en aspectos comunes que contrastan cada vez más con la exhaustividad y el orden. Y, con una narrativa frenética, constante, pero que se permite en ocasiones descripciones meticulosas de objetos, ambientes y personajes, Sara Mesa utiliza dos únicos personajes --¡vaya reto!-- como contraposición, como opuestos pero a la vez compatibles por dependientes el uno del otro.
En efecto, la narración es fluida, intensa, rápida, repetitiva. Pero no redundante. Porque en ocasiones es necesario incidir en ciertos aspectos para retratar la sociedad, los personajes, las situaciones que se nos presentan en las novelas. Sobre todo, en una historia tan psicológica como la presente. Y es que tanto los personajes como la sociedad en la que malviven se nos muestran con una minuciosidad extrema. Tanto que nos parece estar presentes no solo en las escenas de la misma, sino también en los cerebros de Sonia y Knut. Y ello nos provoca asco, excitación, pena, confusión, morbo... y unas enormes ganas de escapar de un ambiente tan opresivo. Y, sin embargo, queremos seguir leyendo para saber más acerca de la trama de la novela. Casi como si se tratase de un thriller. Pero de gran calidad literaria.
La protagonista femenina es Sonia. Trabaja como becaria en un archivo en el que, al contrario de lo que suele suceder en lugares tan atractivos, apenas hay trabajo. Vive con su madre, su abuela enferma y su hermano pequeño. Se muestra indolente, dejada, alejada de una realidad cada vez más difícil de aceptar. Todo ello le hace refugiarse en internet. Le gusta leer y visita varios foros literarios. En uno de ellos conoce, virtualmente hablando, a Knut. Inteligente, provocador, riguroso, exhaustivo, ordenado, controlador, filósofo, neurótico obsesivo y cleptómano, Knut atrapará de inmediato a Sonia en una red de la que no podrá escapar.
El joven roba --adquiere, como él suele decir-- libros en las grandes superficies comerciales. Y comienza a mandárselos por decenas. Te mando libros simplemente como pago por tu existencia, la adula. Y, ella, quizás por vanidad, se deja engatusar, tratando de llenar así una vida vacía de emociones. A lo largo de las páginas de la novela se citan frases y novelas de Proust, de Kafka, de Faulkner, de Auster, de Joyce, de Dostoievski. Y se agradece. Porque es uno de esos libros en los que se le despiertan a uno los deseos de conocer tal obra o tal autor. Sin embargo, con el tiempo, Knut y Sonia comienzan a hablar de otros temas. Y, aparte de libros, comenzarán a llegar a las manos de Sonia perfumes, ropa y lencería.
Y el fetichismo literario dejará paso al fetichismo sexual. Una fantasía que atrapará a Sonia. Hasta el punto de no ser capaz de discernir qué siente por Knut --pseudónimo del escritor noruego Knut Hamsun, Premio Nobel de Literatura en 1920, autor también inteligente, provocador y exhaustivo, caído en desgracia tras la Segunda Guerra Mundial por su apoyo al régimen nazi de Hitler--: ¿amor?, ¿obsesión?, ¿dependencia? En cualquier caso, Knut la idealiza y trata de moldearla a su gusto y de llevarla a su terreno. Especialmente, cuando ella intenta dejar de escribirle (cuando se casa y tiene un hijo). Sin embargo, su extraño amigo siempre se muestra capaz de dar una vuelta de tuerca a la situación para volver a atraparla. La propia Sonia llega a reconocer que cuando todo parece desgastarse por la costumbre, llega una novedad.
Knut es una especie de antisistema que solo roba a los grandes almacenes; atrae y fascina; inquieta y repugna. También una clase de maltratador psicológico que no duda en atacar a Sonia para hacerla sentir culpable cuando intenta abandonarlo. Y, paradójicamente, cuando esta parece haberlo conseguido y su vida se centra durante un par de años en torno a su marido y su hijo, es ella la que, víctima de sí misma, de su rutinaria vida y de una sociedad de nuevo agobiante, vuelve a escribirle, comenzando de nuevo esa espiral que amenaza con no tener fin. Y es que echar de menos un instante es echar de menos a aquel que éramos entonces.
La novela, totalmente recomendable, nos deja frases realmente magníficas. Como esta: No me considero inocente. ¿Cómo iba a poder serlo? La senda del conocimiento es la senda de la corrupción espiritual desde el día en que se mordió la manzana. La simple práctica de pensar ya conlleva una caída en esa corrupción. ¿Se es más puro solo por no hacer lo que sí se ha pensado? Cualquiera que piense con cierta profundidad está expuesto a desazonarse. Así es Cicatriz, una novela desazonadora, repleta de psicología, en la que la voz de la narradora se disuelve y pasa totalmente desapercibida.