Marek Edelman falleció en octubre de 2009. Con él despareció también el último de los supervivientes del gueto de Varsovia. Desde entonces, no hay -ni habrá-, nuevos testimonios de lo que allí ocurrió. A lo largo de más de sesenta años fue objeto de multitud de entrevistas. Entrevistas en las que jamás le preguntaron por una cuestión que para él fue básica pero injustamente olvidada. Por eso trató de dejar en este libro una serie de historias sobre el amor en el gueto. Porque, en palabras suyas, era el amor el que ayudaba a resistir entre aquellos muros infames.
Junto a Mordejai Anilevich, Antek Zukierman y el resto de los militantes de la ZOB -Organización Judía de Lucha- Edelman fue uno de los cabecillas de la rebelión del gueto varsoviano en 1943. Sobrevivió y pudo participar también en el Alzamiento de Varsovia en 1944. Sin embargo, hasta la escritura de este libro no había abordado nunca un tema que merece toda nuestra atención: las relaciones amorosas entre los muros. Y eso que es sabido que en el gueto se establecieron relaciones, incluso entre los propios miembros de la ZOB. Véanse los casos de Anilevich y Mira Fuchrer o de Zukierman y Zivia Lubetkin.
Por descontado, el título de este libro -que no novela- es muy llamativo. No obstante, el capítulo que hace referencia a El amor en el gueto ocupa escasamente 12 de las 150 páginas del mismo. En las cuales describe, muy brevemente -quizá demasiado-, toda clase de relaciones y situaciones. Muchas de las cuales nos dejan un nudo en el estómago. Y es que hubo gente que vivió o murió por seguir a su amado/a. El amor, por suerte en algunos casos y por desgracia en otros, decidió entre la vida y la muerte. Porque, como se suele decir, en las situaciones extremas podemos encontrar lo mejor y lo peor de las personas.
En estas páginas encontramos toda clase de historias amorosas: parejas desgraciadas, separadas por las circunstancias; amantes que lo dejaron todo por seguir a sus parejas; hijos e hijas que prefirieron morir a vivir si para ello debían abandonar a sus padres; padres que decidieron morir para salvar a sus hijos; aventuras entre personas del mismo sexo; otras entre mujeres mucho mayores que sus amantes; y viceversa. Y todo ello en un ambiente en el que muchos, paradójicamente, encontraron lo que antes, en situación de libertad, siempre habían anhelado.
El resto de las páginas del libro describen la adolescencia y juventud de nuestro protagonista: su familia, sus escuelas, amistades, conocidos y relaciones sociales. Todo ello en el seno de una sociedad que se debatía entre el amor y el odio entre judíos y católicos y, ya comenzada la guerra, entre la vida y la muerte, especialmente de los primeros. Edelman rescata de su memoria jirones y aspectos sueltos de sucesos que le forjaron a convertirse en miembro de varios partidos políticos judíos y de varias organizaciones, entre las que destacó su militancia activa en la ZOB.
Además, el libro describe, casi topográficamente, el entramado de calles, plazas, escuelas, hospitales, comercios, edificios públicos y otros lugares de interés que, lamentablemente, desaparecieron tras la invasión y ocupación alemana. Y retrata y homenajea a algunos de sus compañeros en la tarea común de luchar contra la opresión germana. Conocedor de que era el último superviviente del gueto quiso salvar del olvido a muchas de las víctimas, con sus nombres y apellidos, porque, como él mismo afirmó, seguramente nadie más va a evocarlas y es necesario que de ellas quede alguna huella.
De entre los múltiples párrafos del libro, me quedo con uno que dice así: el Holocausto no es verdad que fuera un asunto de esos cien o doscientos mil alemanes que tomaron parte personalmente en el exterminio. No, fue un asunto de Europa y de la civilización europea, que crearon las fábricas de la muerte. El Holocausto es un derrota de la civilización. Y por desgracia esa derrota no se acabó en 1945. Tanto es así que, muchas de las cosas que suceden a día de hoy vienen de la conciencia construida desde entonces: desde el desprecio de la vida humana. Y, por supuesto, del miedo.
No obstante, el último párrafo del libro deja una ventana abierta a la esperanza: la juventud puede vencer al miedo. Dice así: en este último cuarto de siglo la juventud ha demostrado ya varias veces que puede hacerlo (fin de la guerra de Vietnam, Francia 1968 y Alemania (caída del muro de Berlín)). Algo ha cambiado a partir de esa rebelión de la juventud. Nosotros ya somos una generación perdida. Lo único que queda por hacer es enseñar a la juventud que lo primero es la vida y que sólo después viene la comodidad.